Ocurrió dos días antes de Navidad. A un anciano, que estaba durmiendo, se le presentó La Muerte y tocando su hombro le dijo:
- Anciano,
vengo a llevarte.
El viejo hombre, sin apenas inmutarse, le contestó:
- Te
esperaba ayer muerte, por qué tardaste en llegar.
La Muerte, venciendo su desconcierto preguntó al
anciano:
- ¿Cómo
sabes que estoy retrasada?
- Es
que anteayer vino un ángel y me contó que tú vendrías.
- ¿Y
qué más te contó ese ángel? – Preguntó La Muerte, fingiendo desinterés.
- Que,
a partir de mañana yo estaría haciendo tu trabajo, porque tú ya no lo estás
haciendo bien.
- No
te creo, solo estás tratando de evitar tu deceso.
- Entonces
quítame la vida y probemos – Dijo el viejo, provocando a la esquelética figura, con inexplicable temeridad.
- Por
supuesto que lo haré, debo cumplir mi tarea.
- Y
mientras lo haces, considera que una vez muerto me pondré tu capa, tomaré tu guadaña,
y pasaré a servir a tu amo, Abadón, señor de las tinieblas. Tú sabes lo que
pasará contigo después de ello.
- ¿Y
por qué me cuentas esto? – inquirió La Muerte con voz preocupada.
- Pues
no debí, pero no puedo mentir en esta hora final. Además, estoy muy ansioso por
ocupar tu puesto, estoy seguro que será un buen regalo de Navidad para la
humanidad, que en un día tan especial pueda eliminar a mucha gente mala, y
seguir tu tarea con dedicación.
La oscuridad rodeó a la Parca y luego de cavilar unos
segundos en las sombras, sin mediar palabra, se esfumó, dejando un aroma a
miedo, mientras por la ventana se colaban las primeras luces del alba.
El anciano despertó en la cama del hospital con el
gesto adusto, rodeado de enfermeras, doctores y aparatos conectados a su
cuerpo. Parecía no darse cuenta de lo que acababa de ocurrir.
Al ver que su mirada buscaba respuestas, uno de los
doctores tomo su mano y le hizo saber de la buena noticia. El viejo, recobrando
la postura agradeció a los presentes por haberle salvado la vida, ensayando una
impostada sonrisa.
- No
me agradezca a mi señor, sino a la persona que inventó este maravilloso aparato
resucitador. Gracias a la tecnología, poco a poco vamos venciendo a La Muerte.
- Es
verdad doctor, es verdad.
El sol apenas se insinuaba en la sala de UCI, pero
afuera, en la sala de espera, alumbraba con fuerza, despertando a los dos hijos,
que a esa hora recibían la feliz noticia de la milagrosa recuperación de su
padre. Aunque debían esperar unos días más para tenerlo en casa, probablemente
para recibir el nuevo año.
Esa Navidad tuvo el sabor del triunfo sobre la
enfermedad para los familiares, pero también la sensación de temor ante lo
cerca que estuvo la muerte. Habría que reflexionar esa noche sobre las maldades
cometidas, porque Papá Noel llega para premiar a los chicos buenos, pero para
los malos, está reservada la Parca.
Aquella Noche Buena de un año excepcional, por ser un
año de mierda; mientras en casa bebían el champán y en la ciudad celebraban con
mesura el nacimiento del niño, lanzando al aire algunos fuegos artificiales que
la lluvia pronto apagó, el viejo esperaba con ansias, envuelto en la oscuridad
de su cuarto del hospital, a que regrese La Muerte, para canjear su suerte, y poder
de ese modo renovar su fe en la bondad divina, con la gracia que se le habría
de conceder para purificar su alma, saliendo a buscar a la gente mala, para
ponerle fin a sus miserables vidas.
Algo que sin duda no supo hacer bien cuando fue
policía, porque la debilidad de la carne y su frágil moral, hicieron a un lado
esa vocación de servicio que en su juventud lo llevó a vestir el uniforme que
su padre y su abuelo portaron con honor. Y los años de vejez entregado a leer
los evangelios y acudir a misa no fueron suficientes para liberarlo de la culpa
de no haber servido bien a la patria y al señor.
Ni siquiera las navidades y la epifanía del 6 de
enero, en las que se mostraba obsequioso y muy religioso, en la parroquia del
barrio, llenaron su corazón, cada vez más ofuscado por las pesadillas que atrapaban
su sueño, donde demonios y ángeles luchaban por llevarse su alma.
Tal vez, portando la guadaña y la licencia divina para
actuar como verdugo, podría recuperar la dignidad que perdió hace varias
décadas. Tal vez poniendo en su lugar la balanza de la justicia, obtendría para
él un propósito sempiterno. Como lo tienen los reyes, como lo tiene Papá Noel,
como lo tiene el niño Jesús.
Así que esperó toda la noche la visita de quien antes se
alejó, para convencerlo de ocupar su lugar y desempeñar su macabra tarea. Y en
ese trance, se sintió atrapado nuevamente por el espíritu de las fiestas, y se
preguntó una y otra vez, mientras alcanzaba el sueño más profundo:
¿No sería acaso ese un buen regalo para la
humanidad?
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