lunes, 27 de junio de 2016

ENCUENTROS: CUATRO*


En medio de la tormenta el solitario observador, que otea su visión finita desde una cumbre andina, ha recibido el fuego de los cielos, y con la prueba de la ofrenda corre a mostrarla a su pueblo, pero la lluvia apaga la llama y sale el sol para quemarle la espalda. 

Se oscurece el río colmado de barro y la semilla rompe para prolongar la vida.

El ave anuncia la noche y el viento trae la nube y la nube trae más lluvia y el hombre que lo observa todo, en un encuentro maravilloso, el primero, el que redescubre la naturaleza para él, descifra el enigma, aprende el lenguaje, creyéndose elegido para ser portador del magnífico portento y dirigir la existencia de los otros hombres, que sólo temen y deambulan aún guiados por el instinto.

Entonces el observador se presenta un día con su sabiduría y pide atención a su magia, despliega su arte y obtiene veneración y entrega.

Y el maravilloso encuentro entre hombre y naturaleza se instrumentaliza para dominar.

Ese día, reunidos en torno al fuego traído por el observador, él contará historias de como los dioses le han trasmitido la verdad y cómo deben seguirlo para no provocar su ira. Y a partir de ese día el mirará desde arriba y el resto habrá de ser sólo el resto que se quedó sin observar.   


* Del libro de cuentos: ENCUENTROS      




jueves, 23 de junio de 2016

ENCUENTROS: DOS*


El primer encuentro, el que ocurre entre las preguntas y las respuestas, entre el temor al vacío, a la nada, a la soledad y la búsqueda de seguridad. Entre el ser diverso y el ser, que se quiere universal.  

En un huerto perdido, plantado por Wiracocha o Michambó, con luz recién puesta y árboles de utilería -narra un misógino anónimo- la hembra, movida por Lucifer, entrega el pecado al runa manso que, cual hoja que lleva el viento, carece de voluntad para dirigir su destino y decir no cuando dijo que sí.

Estaba escrito en el libro de los mitos y en la palabras que se vuelcan de lengua en lengua, creadas y recreadas por los sucesivos machos, que habría de ser hembra la culpable y dizque de su mano empezó a joderse todo, por obra de un engendro de Inti, Ahriman y Seth confundidos.

Hasta se nos fue la luz que alumbraba todo el día y los árboles de utilería se retiraron, para dejarnos en la vía, sin paraíso y sin comida y animalitos dóciles a la mano... pobrecitos.    

Pero no, no fue la hembra, que aprendió el arte de decir sí y luego decirle al macho: ¡Desgraciado, te aprovechaste!

Ni fue el macho, que aprendió a quitarle el alma a las hembras, para divertirse con su cuerpo. 

¡Fue ese!, un Brahma andino, ese señor igual a Pan-ku, ese ser a quien se le atribuye todo, el que armó el tinglado. Ese al que le salió mala la obra y le echó la culpa a la mujer. A ese, que llamamos de muchas maneras: Yaveh, Alá, Wiracocha, Krishna o simplemente dios, es a quien hay que pedirle cuentas por armar tanto alboroto (o quizás son los libretistas, que han creado todo y para ganarse los créditos, nos vienen a decir ahora que él se los contó todo).

Pero, en medio de toda esta confusión, quien me da más pena, en la versión de ultramar, es la pobre serpiente -encuentro más triste el que se le atribuyó- y pensar que no tuvo nada que ver en el asunto. Porque en realidad fue el mono que cortó el fruto del casho y se lo lanzó a la cara del hombre, envidioso porque el supremo lo dejó a mitad de camino en la evolución.

* Del libro de cuentos: ENCUENTROS










lunes, 6 de junio de 2016

COSAS DEL MALL




Algunas tardes de febrero, Miguel, Jorge y Diego llegaban al centro comercial, buscaban una banca libre en el pasadizo y con extraña dedicación iban valorando los cuerpos de las mujeres, en el entendido que la mayoría de ellas había gastado sumas importantes de dinero en lograr obtener ese físico que llamaba su atención y la de cientos de muchachos que acudían al mall, sólo para ver a las mujeres más hermosas que había en la ciudad y que solían frecuentar esos pasadizos amplios y fríos, que ellos apenas lograban calentar.

Luego de algunos meses de enfermizo afán, Diego decidió ser cirujano plástico, Jorge consiguió trabajo en una de las tiendas del lugar y Miguel perdió el interés por las mujeres, mas no por su vestimenta, ni por aquello que las embellecía a los ojos de los hombres. Fue entonces que empezó a fijarse en los chicos que pasaban por el lugar y a ir sólo. Hasta aquel día en el que tuvo una epifanía, cuando vio por primera vez a Gustavo, quien en adelante sería el motivo de sus visitas al mall y el motivo por el cual Diego se alejaría definitivamente de Miguel.

Muchos años después, cuando ya no había más recuerdo que la distancia, Diego vio pasar a Miguel de la mano de Gustavo y quiso llamarlo, pero al parecer no estaban interesados por él, que no había logrado ser cirujano y recorría el mal a diario deleitándose con las niñas del centro comercial.

En la tienda en que trabajó Jorge, disfrutando de probar zapatos a las mujeres, que apenas logró vender, ahora funcionaba una heladería. Nunca más se volvió a ver a Jorge por el lugar.  

Todas las tardes de febrero Diego llega al mall, pero pronto ya no lo hará, porque uno de estos días el supervisor de seguridad del centro comercial  descubrirá que suele masturbarse en los rincones oscuros, desde dónde atisba todo, con esa mirada de vigilante del lugar, pensando “la diversión ya no es igual”.