sábado, 28 de julio de 2012

MAÑUCO


Carlos Rojas Sifuentes

Mañuco llegó a Lima en 1989. Traía muchas ilusiones, mucha ingenuidad, pan de su pueblo para su tía, y mucho germen de melancolía.

Su anhelo era ingresar a la Universidad y ser “alguien”. Por eso convenció a sus padres para irse a vivir con su tío acriollado y su prima miraflorina, que hace un año los habían visitado. Entre ambos le habían pintado una Lima llena de sorpresas, buenas y malas, en la que tenía que lucharse mucho para salir adelante... y durante noches se convenció a sí mismo que tenía muchas ganas de ser importante.   
Manuel Tucto Martínez era de pueblo chico y tierras amplias, hijo de notables de su lugar y conocedor eventual de la capital departamental. Desde que nació fue feliz, nunca pasó hambre, ni privaciones y pocas veces bajó la frente y habló para adentro. Pero desde ese día, viajando en el avión, entre tanto blanquiñoso capitalino, supo manejar las inflexiones serviles y aprendió a conocer a los bichos rastreros y demás cosas que deambulan por el suelo, entre los zapatos de la gente.

La casa del tío Miguel está todavía en San Borja, distrito nuevo de clase media emergente y alguna clase alta decreciente. Cuando llegó Mañuco, un indefinido perró le salió a su encuentro y sin ningún respeto le dio una minuciosa olida a sus pies de vulgar envoltura, de pronto el can retrocedió unas patas y mirando al rostro del provinciano familiar se puso a ladrarle, sin más ni más, como se ladra a un borracho o a un ratero, con ese tipo de ladrido que babea desconfianza y desdén.   

Ese fue su primer encuentro con Lima, y en adelante le ladraría la calle, le ladraría el microbús, le ladrarían los letreros de admisión restringida, le ladraría la gente criolla, acriollada y achorada, le ladraría Jéssica Pflucker, la hija del vecino. Y hasta una señora “empobrecida pero blanca” le diría: ¡Ay estos cholos cochinos, igualados, por qué no se regresan a su tierra!

Pero Mañuco no era totalmente cholo, sólo parecía, estaba quizás muy cercano al cholo. Su posición en esta gama de matices racistas era un tanto indefinida y eso por ahora no le daba mucha ventaja. “Lo que ocurre –se decía- es que apenas me estoy aclimatando”. Y para acelerar el cambio decidió tomar al toro por las astas o, como dicen en su tierra: “llegar a la cumbre haciendo su propia trocha”. 

Así que lo primero fue renegar de su pasado, de sus costumbres provincianas, de su vestimenta de tercera categoría y de su color. Su prima le había dicho: ¡Oye, no seas huachafo, vístete a la moda, sácate esa ropa horrible!. Y Mañuco consideró hacerle caso. Total, si en la casa paterna, cuando se miraba en el espejo él era todo un blanco, y de eso incluso le habían hecho saber los comunes de su tierra.

Un sábado, su prima, a ruego de su tío, lo invitó a una fiesta, su primera fiesta en Lima, y Jéssica, la vecinita de cabellos castaños, ojos verdes y piernas torneadas iría en el mismo auto que el tío Miguel manejaría, porque su hijita aún era una niñita (“eso cree el muy hue...”).

“Ya está: el “bluyín” con aplicaciones de cuero, el polo que dice “poison” y las zapatillas “rebok”. Es una sorpresa para mi prima y para Jéssica, y seguro que por ver la ropa no se van a fijar en mi corte de pelo que me hice donde el maricón de la avenida Aviación”.

La noche –seguramente fue la noche- no permitió dejar ninguna impresión de Mañuco en las jovencitas, y él pensó que, cuando llegaran a la fiesta, en plena luz lo descubrirían, pero el pobre no sabía nada de fiestas.

Dos cuadras antes ya se oía el barullo de la música que anunciaba la fiesta y cuando bajaron en la puerta, el pobre Mañuco no creyó lo que veía. “¿Es una discoteca?”, preguntó. Las dos niñas se miraron brevemente al tiempo que sonreían comprensivas. Dos gordas, una flaca bien fea y una niña de indefinido aspecto fueron sus cuatro parejas de las cuatro piezas que bailó toda la noche a la sombra de los rincones menos iluminados por la explosión destellante y confusa de luz multicolor. Tomó dos cocteles y volvió a su rincón preferido, allí donde la luz morada no lo delataba, pero dejaba entrever la caspa de sus erizados cabellos y la sonrisa que le producía tanto baile desenfrenado y esa atmósfera de modernidad que él anhelaba manejar.

Al término de un “techno” monocorde, de pronto Mañuco tomó valor y dejando su vaso en el suelo se dirigió hacia donde se encontraba Jéssica y su prima. Con la mirada fija, puesta sobre su objetivo, no se dio cuenta que tres larguiruchos muchachos las acompañaban. Se acercó y sin mediar palabra extendió torpemente su mano hacia la muchachita de ojos verdes, cuando en ese instante empezó su estridente marcha un nuevo “teno”, que se diferenciaba del anterior por matices apenas imperceptibles. Ignorando la mano extendida, el grupo ocupó ráudamente su lugar entre la masa a ratos bamboleante, a ratos brincadora, que se movía al ritmo de la música. Mañuco sin inmutarse buscó otra chica para bailar pero no encontró ninguna disponible y volvió a su rincón y a su vaso caliente de pisco con maracuyá.

Cuando concluyó la pieza, la primita se escabulló de su grupo y apenas se acercó a Mañuco le increpó: “¡Oye!, ¡¿Estás loco?!.. ¡Mi amiga Jéssica tiene su enamorado!, ¡Además esos patas son bien pitucos!.. hazme un favor Mañuquito, por qué no te buscas una amiguita, no seas malito ¿Ya?...”. Los pretextos lo abrumaron y tarde, bien tarde, cuando ya acababa la fiesta, descubrió que “estaba demás”. 

Mañuco ingresó a la Universidad “San Marcos” en 1990. No había podido hacerlo a la “Católica”, porque dicen que le faltó academia, que tenía que prepararse en la “Pre”, en la “Trener”, en la “San Ignacio”, o por último en “La Pontificia”.

Y él se preparó en la “Dalton”, allá en el centro. Estudió todo lo que le exigieron y más, pero con las justas alcanzó la Facultad de Sociología en San Marcos. El quería estudiar Economía en la Universidad Católica, pero su tío lo convenció que era “la misma vaina, que podía hacer traslado y que todo dependía de su esfuerzo, que otro sobrino suyo comenzó así, desde abajo y que...”. De paso no le salía tan cara la cosa, porque como es universidad nacional, sólo hay que pagar cincuenta soles cada ciclo.

Los días en el claustro universitario cambiaron para siempre su visión del mundo y lo enfrentaron súbitamente a una realidad a la que llegó tarde y que se diluía bajo sus pies.

Allí conoció a María la sobrada, a Teobaldo el “chancón” y a Gróver, que siempre andaba mirándole el culo a las hembras. Allí conoció también al “compañero” Rubén y a la “compañera” Isabel y a través de ellos conoció al “compañero” Marx, al “camarada” Lenín y al “maestro” Mao, que iluminó su espíritu provinciano y lo lanzó a la aventura de intentar pensar por sí mismo... o en todos caso, lo que su experiencia le estaba permitiendo pensar. 

Vivir fue entonces un despertar cada día con la hiel en los labios y un saborear las mieles de la esperanza. Marchas, conferencias, charlas, talleres, mítines, vigilias, encuentros, recitales, conciertos, fueron su encuentro con una nueva fe y con personas de toda condición social que, como él creía, compartían un mismo ideal de igualdad y justicia social.   

Pero un sábado, después de una pollada del Partido, cuando los llamados “compañeros bacanes” Yovanna, Felipe, Desiré y el desubicado “compañero” Mañuco (que entregaba su alma al diablo por este tipo de compañías), regresaban a sus casas en un Peugeot del año del papá de Felipe, se les ocurrió a las chicas ir a tomar unos tragos a una discoteca de san Isidro, a lo cual Felipe asintió, y antes que Mañuco dijera algo, Yovanna le preguntó: “¿Dónde te dejamos compañero?”, y el pobre no supo qué decir, y cuando ya se le ocurría algo, el carro ya se había detenido y Mañuco sólo balbuceó “aquí nomás me quedo”, bajando tan rápido que casi va a dar con sus huesos sobre la vereda, lo que generó grandes carcajadas en el interior del auto. 

Hiriente sonido, que se fue perdiendo en la oscuridad de una calle desconocida, sólo transitada a esa hora por locos, borrachos y prostitutas. ¡Ah! y Mañuco que regresaba a casa sobre sus pies y con un Hamilton Light humeando entre los dedos.           
   
¡Eres un híbrido! ¡Eres un híbrido de mierda! ¡Sólo eres un híbrido¡. No eres ni blanco ni indio. Ser mestizo es una cojudez. Eso del mestizo es puro cuento. ¡Eres un híbrido! ¡No eres nada!... ¡¡¡NO ERES NADA!!!... Mañuco pasó muchas horas de muchos días repitiéndose todo eso ante el espejo de su cuarto sanborjino. Eso que había descubierto dolorosamente, eso que lo atormentaba, esa realidad que estaba viviendo. Eso que le habían ayudado a descubrir los “compañeros”. Eso que los “compañeros” no podían solucionar...¡QUE DESENGAÑO!      

Un día llegó a casa con un paquete y mucho temor. Pero en medio de la opacidad de su ser, se percibía ilusión en su rostro. Había una chispa, una luz aparente, como si hubiera descubierto algo, como si lo que hubiera descubierto le estuviera dando razones nuevas para vivir.

Mañuco se puso el terno azul; cogió un maletín “James Bond” que le había regalado su tío, y metiendo el paquete dentro del maletín, salió a la calle casi escabulléndose. Tomó un microbús de la línea 70 que lo llevó al Asentamiento Humano “Santa Rosa”, cerca al aeropuerto. Al bajar lo esperaban dos ternos azules más que con amplísimas sonrisas lo recibieron como a un hermano perdido y vuelto a encontrar. Juntos y hablando del maestro, sacaron cada uno un libro de sus respectivos maletines, se lo pusieron bajo el brazo y enrrumbaron hacia las polvorientas calles del asentamiento, mientras las puertas se cerraban y la gente se alejaba muy ligerita de su presencia.

“Hermano, venimos a darle la buena nueva de nuestro Señor Jesucristo. Usted tiene que ser salvo... ¿Ha leído usted la Biblia?... Fíjese en el versículo 36 del capí...”

En 1991, cuando se acerca Navidad, Mañuco ha recibido una carta de su padre, en donde le pide que vuelva porque su madre está muy enferma. Ana, su hermanita, se fue con un alférez de policía y no hay quien atienda el negocio... Mañuco no sabe si va a responder la carta aún, porque está pensando irse a México para cruzar la frontera y dejar este país de mierda que...

Mañuco esta noche va a pensar.   







       

sábado, 21 de julio de 2012

UN PASEO POR EL INFIERNO - A propósito de la conquista de las indias occidentales



Carlos  Rojas Sifuentes




LA DIVINA COMEDIA:


Dante Alighieri,  il Sommo Poeta, l'altissimo poeta italiano, que nació en Florencia en 1265 y murió en el exilio en la ciudad de Rávena, en 1321, fue un espíritu genial que vivió y sufrió una época de cambios excepcionales, el Renacimiento. 


La obra del humanista florentino expresa las contradicciones de su propia existencia atormentada y las complejas manifestaciones que el mundo renacentista encuentra. La más representativa y universal producción de su genio fue  La Divina Comedia, en la que se puede apreciar el marcado sentimiento de Dante hacia la amada Beatriz, la admiración por el Poeta Virgilio y las huellas del conflicto entre los guelfi y los ghibellini, todo ello enmarcado en el naciente humanismo italiano, pero  teñido de una visión escatológica 
musulmana, sobre todo en el infierno dantesco, como los señala el padre Miguel de Asín Palacios (1871-1944) en su obra La Escatología Musulmana en la Divina Comedia.    


Como se sabe,  La Comedia, calificada así por Dante bajo los cánones clasicistas, por no encajar en el esquema de la tragedia, pues tiene un final feliz, fue escrita en verso y dialecto  toscano (matriz del  italiano actual) aproximadamente entre 1304 y 1321, pero la publicación de la triada dantesca compendiada se produjo muchos años después de su muerte, anteponiéndosele el término Divina por una referencia realizada por Boccaccio, que se reflejó años más tarde en una publicación realizada por Gabriel Giolito de Ferrari en Venecia, el año 1555. 


La Comedia, ajena a los intereses de la creación medieval, que buscaba repetir una y otra vez la pasión cristiana, no obstante, encierra su propia tragedia, que la muestra como un estandarte de lo humano, tal como lo será más tarde la obra shakesperiana o el quijote cervantino, en donde se pone de manifiesto la complejidad de la existencia humana,  en la que se mezcla la tragedia y la comedia con singular efecto, aquel que es una marca del humanismo.  


Pero, es una verdad de Perogrullo, decir que la realidad supera a la fantasía, y la expansión europea que empezó en  el siglo XV y que no llegó a entrever nuestro poeta italiano, mostró al mundo que la escatología dantesca estaba 
       


LA COMEDIA INDIANA – UN PASEO POR EL INFIERNO


El mundo que encontró Colón y los posteriores conquistadores, invasores y colonizadores fue tan previsible pero  a la vez tan desconocido como el que Dante descubrió en su paseo por el mundo metafísico de la mitología cristiana.  
   
Este fue un mundo que ante los ojos de los conquistadores estaba teñido de paganismo y bestialidad, aquella que compatibilizaba con toda la mitología venida del medioevo que se había plasmado de alguna manera en la obra dantesca.  


El largo catálogo teratológico que alimentó la imaginación de la Europa renacentista que recibía con expectante ansiedad las noticias del nuevo mundo, no sólo fue el resultado de su propia ignorancia o de las exageraciones de los viajeros ávidos de contar hazañas, porque como Hernán Cortés escribió a su padre  “consideraba mejor ser rico en fama que en propiedades”. Fue también la obra de un Estado que buscaba engrandecer sus conquistas, y mostrar a los ojos de sus rivales del norte el primitivismo y monstruosidad de la tierra y de sus gentes que eran dignas de  ser sometidas  (ello a pesar de la prédica Lascasiana y la mediación Isabelina). Véase sino la tarea demoledora del prestigio Inca que emprendió Francisco de Toledo, quinto Virrey del Perú, quien  sirviéndose de los cronistas Pedro Sarmiento de Gamboa Cristóbal de Molina, el cusqueño, José de Acosta y Juan Polo De Ondegardo, denominados los cronistas toledanos, se encargo de mostrar a los incas como crueles tiranos de la tierra y seres pervertidos. No obstante esta obra sirvió en parte para organizar el virreinato.   


Sin embargo en la visión de hombres del continente europeo y las ínsulas británicas, este mundo era un paraíso que había sido mellado por las ambiciones de los castellanos y otros peninsulares, a quienes se atribuía las bestialidades de los católicos que los protestantes por entonces combatían, con no menos crueldad.  


Esta visión idealista puede apreciarse en la obra de Tomás Moro: Dē Optimo Rēpūblicae Statu dēque Nova Insula Ūtopia, o simplemente Utopía, que no sólo constituye una crítica a la sociedad europea de la época sino además una exaltación de las sociedades de ultramar en las que el derecho natural impera y se pone en práctica además la República platónica, constituyendo un ideal para las mentes lúcidas del renacimiento que veían como el mundo que los rodeaba se iba destruyendo lentamente para entrar a los tiempos moderno, cual Quijote en su gabinete, encontrando alivio en las viejas lecturas de caballería. La América Indiana era pues el paraíso en la tierra y en todo caso, como lo consideraba Bartolomé de las Casas  era un mundo no contaminado con las impurezas del demonio pero que no conocía a Dios, y por ende los nativos debían ser tratados como menores de edad, a los que se debía educar en el evangelio y no esclavizarlos ni exponerlos a los males traídos de occidente. El derecho romano no se aplicaría para tratarlos como  res nullius sino como 
capitis deminutio, bajo la protección real.     
   
Es verdad que el mundo americano que encontraron los europeos no era precisamente el paraíso que inicialmente les pareció el mundo antillano y caribeño, pues la tiranía de los últimos incas que sometieron a las etnias andinas y costeñas, desolando las tierras de los que no se sometían o la crueldad que mostraron los tenochcas-mexicas que en la ampliación del templo mayor de Tenochtitlan sacrificaron entre 20,000 y 40,000 prisioneros poblanotlaxtecas como ofrenda a Huitzilopochtli, no encontraba mayor distinción con la 
de los reyes católicos, que expulsaron moros y judíos, o de sus descendientes los Habsburgos que persiguieron a protestantes y reimplantaron la Inquisición.  


En todo caso, la comedia indiana aún espera ese final feliz que nos haga sentir que la conquista o invasión fue un encuentro.
    


PRESENCIA DE DANTE EN AMERICA INDIANA


Cervantes dijo alguna vez que “tiempos de hambre son tiempos de poesía”, y eso fue lo que ocurrió en la Italia del siglo XIV. El cambio climático que generó una gran debacle para la agricultura de la baja edad media se tradujo en crisis económica y financiera, que fue el marco cultural sobre el que se desarrolló la 
Comedia de Dante. 


Esta obra no conocerá la luz en forma compendiada sino algunas décadas después de su muerte y las restricciones de la contra reforma la harán impenetrable en España, tanto  por su carácter interpretativo de la teología cristiana, cuanto por su escritura regional, que harán esta obra de difícil acceso a la intelectualidad hispana. Pues entonces y hasta el siglo XVI el latín fue la lengua que dio exclusivo acceso a la cultura marcadamente clásica que fue cultivada por la élite española que vivió en la península y la que pasados los 
años de la conquista se trasladó a América. 


Entre estos preocupados lectores de las obras renacentistas no estuvieron sin duda los primeros conquistadores, pues a  pesar de la educación de Hernán Cortés, prefirió la espada que la pluma y los Pizarro en su mayoría eran analfabetos o poco dados a las letras (salvo Pedro Pizarro). Sin embargo hay un nexo entre Italia y los Pizarro, sobre todo en los tiempos de la implantación de los virreinatos aragoneses en la bota italiana y en Sicilia en el siglo XV, y es que el padre de Francisco Pizarro, Don Gonzalo y el mismo 
conquistador, no reconocido por su ancestro, combatieron en Italia en tiempos y lugares distintos, pero no cabe duda que por lo menos el más famoso de los Pizarro no tuvo acceso a la cultura italiana y menos al preclaro Dante.         


La presencia de Dante en los primeros años del virreinato es un tanto desconocida, Guillermo Lohmann Villena la ubica tempranamente en la biblioteca del encomendero Francisco de Isásaga en 1560, pero está por investigarse aún el impacto que tal obra produjo en la imaginación de un conglomerado de aventureros, burócratas  y cortesanos que vinieron con una tradición medieval muy acentuada, que se refleja en la encomienda (renovado señorío), en los autos de fe y en los autos sacramentales, pero en un escenario  grandilocuente que los confrontaba con una realidad parecida al periplo dantesco, en el que travesías como  las de Pedro de Valdivia en Chile u Orellana en el Amazonas, pueden mostrarnos que a veces las fantasías más ingeniosas tiene que rendirse ante una realidad como la indiana en la que se confrontaron los ángeles y demonios de una comedia inconclusa, en la que el paraíso e infierno se entremezclaron  sin posibilidad de un purgatorio esperanzador.


El artículo fue publicado en:
http://www.justiciayderecho.org/revista5/articulos/UN%20PASEO%20POR%20EL%20INFIERNO.pdf







martes, 10 de julio de 2012

EL MURO DE LAS DIFERENCIAS

Carlos Rojas Sifuentes


En plena década de los ochenta yo vivía en un barrio “clasemediero” de la gran ciudad de Lima. Mi casa estaba ubicada en la punta de un cuerno del distrito de Santiago de Surco, que entonces limitaba con Miraflores y Barranco, como penetrando entre ambos y proyectándose al mar que nunca alcanzaba.  

Entonces esas casas nuevas, cuya construcción empezó a inicios de los setenta, todavía tenían tierra fresca de chacra en sus jardines y en sus espaldas algunos viñedos que sobrevivieron al embate del cemento y que formaron parte de las grandes haciendas del Surco antiguo. El destino de esas áreas verdes y de las ya abandonadas sería convertirse en poco tiempo en una urbe fría de material innoble. 

En épocas antiguas para llegar a Surco había salir a los extramuros de la ciudad de Lima, más allá de las chacras que la circundaban, hasta llegar a su pequeño poblado costero, agricultor y ganadero, que mostraba con orgullo su bella plaza de armas, muy lejana entonces del centro de la capital, de la cual se encontraba separada por una gran extensión de tierras de cultivo. Las que fueron alcanzadas inexorablemente por el crecimiento demográfico y la implacable, desmedida y desordenada urbanización.

El Surco antiguo estaba poblado de barrios pobres o empobrecidos, repletos de problemas internos y una suerte de amargo rencor por ver invadida súbitamente su ancestral forma de vida y eliminados para siempre sus antiguos modos de subsistencia, afincados ya en el pasado, ese pasado que muchos no querían dejar atrás.

Pero algunos se adaptaron a las nuevas circunstancias y se modernizaron, creando incluso un vínculo de intercambio con los nuevos vecinos (aunque hasta ahora no se ha producido una total integración). Y es uno de estos círculos de intercambio, el más negativo de todos, el que más destacó entre los habitantes de ambas zonas, el referido a la compra y venta de marihuana y pasta básica de cocaína, de gran consumo entre los jóvenes de mi urbanización y las urbanizaciones vecinas y de gran comercio en la zona limítrofe del antiguo y nuevo Surco. Tan exitoso fue este negocio que generó gran preocupación, principalmente entre la población adulta de la urbanización, condicionando la forma de vida. Y si bien es cierto llegó a involucrar activamente a la Policía, en muchos casos fue únicamente con la finalidad de pedir cupos, consumir y muy pocas veces se llegó realmente a intervenir a vendedores y compradores para eliminar el negocio, era más fácil tenerlo “focalizado” para realizar eventuales operativos que justificasen su presencia. En todo caso, la policía fue uno más de los que merodearon constantemente las casas de venta, cual un cliente conocido, un "caserito". 

Bueno. El asunto es que, como decía, allá por los ochenta, con esa interacción de dos sectores marcadamente definidos, a los que además separaba un larguísimo muro, el cual había que saltar para "negociar" la "yerba" o la "pasta", también había una abierta confrontación de contenido socio económico que, de uno y otro lado generaba insultos y agresiones de todo tipo, metiendo en un mismo costal a tirios y troyano.

Pero, resulta que la frontera entre uno y otro sector no estaba totalmente cerrada, porque en alguna parte había un tramo no cubierto, por donde entraban y salían los pobladores del Surco viejo con rumbo a las avenidas que cruzaban la urbanización, y a través de ese espacio no cubierto de muro entraban y salían también algunos autos que de esa manera evitaban dar una larga vuelta de diez cuadras, las diez cuadras que se cercaron para dividir la pobreza del bienestar.            

Un día de esa década violenta, los pobladores de la Urbanización, armados de palas, picos y mucha maquinaria (que, por cierto, sólo iba a ser usada por los albañiles), con el dudoso objeto de protegerse y, en todo caso para completar la marginación, se decidieron a cerrar ese tramo no cubierto de muro, lo que generó gran revuelo sobre todo entre la gente de Surco Viejo, que iba a quedar aislada incomprensiblemente;  

Y el muro se empezó a levantar. Y en sucesivas noches, alrededor de la banca de un parque, un poste de luz o una esquina cualquiera, en ambos lados de la macisa hilera de ladrillos, se podía escuchar los comentarios más variados respecto de la división. 

Esto fue lo que pude oír a dos jóvenes de cada uno de los sectores antagónicos, acerca del bendito muro de las diferencias que finalmente se terminó de completar:

Y nos terminaron de chantar el muro. Ya mi habían dicho que nos estaban cercando; questa gente i mierda algún día nos iba a poner otro muro pa' jodernos. Con eso que somos pasteleros, que le robamos a las señoras y que afeiamos el barrio. Primero nos chantaron un muro allá, por la canchita, y no nos dejaron pasar pa' las tiendas questán dentro de su urbanización. ¡pucha!, si me acuerdo quera bacán salir a comprar a esas tiendas, todas pituquitas, todas limpiecitas... ¡y las germas!... bien ricas cuñao.
Ta' mae y ahora por donde vamos a salir, si si esa era la única calle por la que se salía a la avenida a tomar el micro. Ahora vamos a tener que tirar más pata, porque pa' llegar al mismo paradero  son más de diez cuadras... ¡Qué mierdas son estos rechu...!
Bien desgraciados son estos oe, por eso hay terrucos; pero por qué les dejan que nos hagan esta vaina... claro, como no tenemos billete abusan nomás. Así es la gente pituca pe, Pa' ellos todos somos malos, fumones, rateros, o sino ociosos. Ah pero encima nos están pidiendo que chambiemos duro; pa' quién, ¿pa' ellos?... tas loco... cómo vamos a chambear si nos ponen muros...
Pero cuando yo tenga billete no ua ser como esa gente i mierda, no compadre, no ua ser tan miserable. porqué la verdad sea dicha, de qué les sirve tener tanta plata si son malos, sabes qué en realidad esa gente me da pena.. pobrecitos...

Al fin se hizo el muro. Ya me habían dicho que esa gente de miércoles nos están cercando. Tenían que haber hecho ese muro hace mucho tiempo; no me explico por qué demoraron tanto; puro fumón vive allí, y si no son fumones, son rateros, violadores o terroristas. ¡cholos cochinos!, no se bañan y encima andan fastidiando a las hembritas del barrio, francamente yo no creo que canbie nunca esa gente y lo mejor que han podido hacer es cerrar la urbanización, total, que salgan por el otro lado. Aunque, la verdad dan pena porque van a tener que dar un vueltón para tomar su micro...¡bah! no importa, si el precio es la seguridad de nuestras familias que se vayan al diablo, total, ellos se lo buscaron por ser fastidiosos, además es gente de pueblo, acostumbrada a esa vida y una raya más no le hace al tigre... lo cierto es que ahora sí se puede respirar tranquilo.
Lo que me preocupa es que ahora seguro nos odian más, porque eso sí, son unos resentidos sociales que no trabajan y quieren todo fácil, yo no me explico porque siempre están envidiando al que tiene, bueno, también la culpa es de los comunistas. Pero esta gente lleva el fracaso en la sangre, por eso yo creo que nunca van a cambiar, siempre van a ser unos ignorantes.
Por eso la gente decente tenemos que cuidarnos, porque esta gente incapaz nos está cercando y la única solución es ponerle muros y alejarlos a ver si cambian, aunque, como van las cosas no creo. De verdad hay quien no se supera ni lo hará nunca... pobrecitos...  






lunes, 2 de julio de 2012

PERROS DE INVASION

Carlos Rojas Sifuentes

Yo soy el último que aún vive de antes de aquel día que todo era pampón y se convirtió de pronto en un montón de casas de juanes, luchos y ramones. 

Ya hace mucho tiempo que se murió Conan, él si que lo vio todo y se recordaba  hasta cuando hubo otras casas antes, porque  Conan andaba por estas pampas desde que era chiquito; él siempre fue suelto , vago le decían , callejero, como insultándolo, pero el siempre nos defendía, porque Conan era grande, no tenía raza, pero hasta con los Doberman se metía... Recuerdo un día que le pegó a Troyano, ese que vivía más allá, donde las casas son grandes y de colores y todos nos miran feo a nosotros, a los perros y a los humanos.... Conan lo agarró por la oreja y no lo soltó hasta que se puso a llorar y se fue arrastrándose... pobre Troyano, todavía recuerdo sus chillidos; ni más volvió, y para nosotros, los de este lado, fue como si nuestra misma boca hubiera agarrado esa oreja.  ¡Cómo odiábamos a ese Troyano!...  ¡Ah! pero desde ese día el amo de Troyano no podía vernos; nos  tiraba piedras y nos decía lisuras, sus hijos pequeños nos correteaban con honda... y hasta con los perros chiquitos se la agarraban.

¡Desgraciados!.. Un día le dieron a pelusa en su pata trasera y la pobre se quedó coja para siempre.

¡Qué gusto me da cuando recuerdo a Conan!, era amarillo como el sol y su cabeza era grande y no tan redonda como una piedra. ¡Ese Conan! andaba siempre metiendo miedo, y lo que más nos gustaba a todos era que, andando con él, hasta los humanos nos tenían miedo, porque ni a las piedras le corría; un montón seguro le cayeron, pero como era suelto se hizo muy fuerte.

A Conan lo mataron, no llegó a viejo como yo; murió porque se atrevió a ladrarle a un humano muy pequeñito. El papá de este amito lo estuvo buscando muchos días; lo olimos con rabia hacia Conan; le olimos a muerte. Sabíamos que lo buscaba para matarlo.

Un día encontraron a Conan con las cuatro patas para arriba, tiesas y bien gordo. Tocho, Pinto y yo, fuimos los primeros en verlo; estaba sobre el pequeño cerro de piedras que se ve desde la puerta en que duermo. Le dimos una olida, estuvimos por allí dando vueltas, hasta que nos convencimos que Conan ya no ladraría más a nuestro lado.

... Esa tarde todos aullamos, como cuando la tierra se va a mover. Nadie pudo callarnos.

Ahora yo me hago viejo, ya no ladro como antes y me la paso recordando. Eso dicen que ocurre cuando uno se va a morir y a mi no me gusta, porque los perros jóvenes son muy malos con uno cuando es viejo, y porque si voy a terminar como Conan cuando muera, no quiero morir.


RECOGNISCION:

No sé por qué no recuerdo cuando nací, ni quien fue mi madre; lo más antiguo que recuerdo fue que viajaba en brazos de un humano y la gente me miraba haciendo caras raras. Era chiquito y por las ventanas de ese lugar veía pasar de vez en cuando a la gente y a las casas con velocidad. Seguro fue cuando nací. Pero por ningún lado vi a mi madre ni a mis hermanos...¡Cuántos perritos han nacido en estos años!
- Aquí te traigo el cachorro que te prometí primo.
- Ta bonito oe, pero medio chusco es ¿no?
- Puta mae, también... encima ques regalao vas a querer perro fino. ¿Si quieres me lo llevo?
- No, no, está bien, es que, como tu dijiste quera buen perro.
- ¡Claro! Ahorita no se ve pero es bravo el cojudo.
- Ah, si es así entonces ta güeno.

Fue lo primero que escuche en esa casa a donde me llevaron.

Ahora no recuerdo la cara del que me llevó en sus brazos, ni su olor, pero desde aquella vez no he vuelto a tener otro amo que Liborio.

Esa misma tarde conocí a mi ama, se llamaba Juana. Los dos tenían un humano chiquito que siempre se la pasaba durmiendo, como los cachorritos de perro. Y cuando tenía hambre se despertaba llorando

Juana y Liborio no se querían mucho. Pero los dos andaban como perro alunado por su cachorrito. De todo le hacían, y hasta peleaban porque se ponía mal o lloraba mucho. Algunas veces Liborio le pegaba a Juana, aunque ella me miraba siempre con desconfianza.

La casa donde vivíamos todos era bien oscura y siempre andaba llena de ruidos. Nunca me dejaban salir de ella. Y un día que me escapé, descubrí que afuera era más ocsuro y había como unos pisos pequeños que se hundían en el suelo. “¡Cuidado se cae el perro carajo!”, fue lo que escuché ni bien asomé mi nariz a lo negro del vacío, y Juana se apuró en meterme en la casa con una patada. Entré revolcándome, mientras el niño reía y yo me lamía el golpe. Ese fue otro de los días en que Juana y Liborio se gritaron.

Me confundían estos humanos, porque siempre andaban peleándose y dormían juntos, y hasta durmiendo se peleaban, porque yo veía que uno se le subía encima a la otra y la hacía gritar y se movían fuerte y parecía que estaban haciéndose daño, y después como que no pasaba nada y cada uno se ponía de su lado.

El niño creció mucho y yo ya no era un cachorro. Me llamaban de muchas maneras: perro, animal, sucio. Pero más que eso me llamaban Nerón... Nerón, Nerón, Nerón, Nerón, pss pss, Nerón, Neroncito, perrito bonito, ven perrito... ¡Anda pues perro i mierda, ven  pa’ca!

Con el tiempo, el pelo se me puso negro y la voz la tenía más fuerte. Ya no ladraba como pito y empezaba a meter miedo. Un día, cuando la luz había entrado por todos lados, el amo Liborio abrió la puerta de la casa y me llamó: “¡Nerón sal pa’ fuera!” , yo no lo entendí, “¡Neron sal pa’ fuera carajo!” y me señaló la oscuridad a la que le tenía miedo, entonces, comprendiendo su intención, moví mi cola nerviósamente tratando de escaparme hacia adentro, pero antes que lo hiciera, me jaló fuera del cuarto mientras yo aferraba llorando mis patas al suelo. Traía un trapo en la mano, que colocó a un costado de la puerta diciéndome: “¡Desde ahora te vas a quedar afuera todo el día!... ¡Vas a cuidar la casa! ¡¿Ya?!... ¡Si no te boto carajo!”. Movía su dedo con que amenaza, mientras me decía todas esas cosas que recién ahora entiendo.

Esa mañana me la pasé aullando, rascando la puerta y ladrando a la oscuridad del gran hueco que bajaba. Y por la noche el miedo hizo mover mis huesos sin descanso y me oriné... fue uno de los días en que más golpe me cayó.       

La casa donde vivían mis amos, le había escuchado decir todo el tiempo a ellos que era chica. Y por esos también hay veces se peleaban. Por todo se peleaban. Y el cachorro también salió pegalón. A veces le gustaba montarme y darme con un palo en donde me caiga. Otras veces me quería colgar con una soga del cuello. Pocas veces me hacía cariño, pero yo nunca le enseñe los dientes. Una que otra vez le ladré y casi me botan. Y sólo una vez lo castigaron porque con un cuchillo caliente quería quemarme, mientras me perseguía por toda la casa.  

Un día descubrí que en esos pequeños pisos que se hundían en 
lo oscuro había algo raro, Empecé a pisarlos, uno por uno. Y pronto vi que me llevaban a otro lugar parecido al que hace un rato había dejado.


Resulta que la casa de mis amos tenía cinco casas más bajo ella. Y al final de todos esos  pisos hundiéndose, había una gran puerta por la que se llenaba de luz el lugar y entraba mucho ruido; muy asustado volví a subir los cinco pisos. En adelante no hubo quien me moviera, al menos por ese día, de mi trapo caliente.

La casa donde vivían mis amos no sólo era chica, sino que encima había otro humano que decía que la casa era suya y con gritos quiso meterle miedo a mi amo para que se fuera. Yo casi no pude aguantar que le gritaran a mi amo y por un “tris” no le saco un pedazo de carne al humano ese. Pero aunque creí haber hecho bien, el pago que recibí fue una patada de Liborio que me hizo correr humillado. Esa fue una primera señal que en pelea de humanos no debe meterse ningún perro, porque sale perdiendo.

Esa noche mi amo llegó medio tambaleándose. Yo dormía y me despertó su olor. Fui rápidamente a moverle la cola, como hago siempre que llega. El hablaba raro y por ratos se quería caer.

Entré con el amo a la casa y de repente se puso a gritar. Mi amita Juana se apareció medio dormida a ver qué pasaba, el niño empezó a llorar y yo instintivamente me puse a ladrar. Fue en ese momento que comenzó la discusión, los gritos, y el amo Liborio agarró a golpes a la amita... puñetes... patadas... gritos. El niño, que había salido a ver todo, me abarzó asustado, mientras yo ladraba al amo con más furia. El pequeño cachorro no se pudo aguantar más y con los ojos ardiendo fue a pegarle a su papá, como éste pegaba a la amita... el último golpe fue para el niño...
¡VAYANSE A LA MIERDA, NO QUIERO VERLOS MAS¡

Tan fuerte sonó eso que me pareció un solo sonido, una sola palabra, tan grande y fea que dejé de ladrar. Y mientras mi amo Liborio volvía a la calle y yo me arrinconaba bajo la mesa con el rabo entre las patas, el niño y la mujer lloraban abrazados.


Los días que vinieron con su frío cansador me hicieron sentir mucha pena, porque no volvía a ver más a mi amita, ni al niño Gróver. Sólo me quedé con mi amo Liborio, con quien pasé unos días más en ese piso vacío.


LA MUDANZA (o como dicen los dueños: invasión) 
Una noche, mi amo salió fuera de la casa con unas bolsas grandes, bien arropado y con una soga que me amarró al lomo. Subimos a uno de esos que llaman carros (al que no había vuelto desde mi pequeñez), que mi amo paró con su dedo. Y junto con el señor que dirigía el carro, los tres recorrimos mucho camino, muchas casas, mucha luz. Y pasamos otros carros hasta llegar a un sitio oscuro, donde nos dejó. Allí había más humanos, todos bien arropados y con bolsas de muchos colores. Y también había humanas y niños. Fue esa noche que conocí a Panta y a Kaiser: dos amigos más o menos de mi edad. Nos olimos, nos dimos vueltas, le di un par de lamidas a panta, y fuimos, desde esa noche, los tres inseparables.

Apenas llegamos al grupo, una humana se acercó a mi amo. Nunca la había visto. Lo abrazó y se fueron juntos.

- Ese es mi perro.
- Y ¿cómo se llama?
- Nerón.
- Qué feo ¿Y muerde?
- No, es mansito, pero si lo jodes mucho te saca el poto.
- ¡Ay tú!

Se llamaba Lucía y era de mi color, sólo que no tenía pelos en el lomo. Desde ese día la veo siempre. Ya le ha dado dos cachorritos a mi amo.

La noche andaría más o menos por la mitad, y ni siquiera Luna había. Un rato después que los humanos habían empezado a hablar y se veían muy agitados, llegó un carro grande, todos corrieron hacia el carro. Kaiser llegó primero. Panta y yo ladrábamos mientras corríamos. Y tras nosotros los humanos se empujaban para llegar antes a la parte grande del carro, mientras había uno que con gritos parecía dirigirlo todo. Cada uno se apresuró a bajar esas planchas temblorosas que llaman estera, que el carro traía en cantidad.

Mi amo y Lucía cogieron cada uno su estera y corrieron hacia el pampón mientras yo los seguía ladrando. Estaba alegre porque creía que otodo era un juego. Todos corrían, gritaban y reían, mientras se iban perdiendo en la oscuridad de la pampa. Antes que el polvo llenase todo el aíre, alcance a ver en el suelo unas marcas blancas. Parecía que por estas marcas cada uno sabía donde poner su estera... En lo que demora uno en orinar ya no había humanos a mi vista. Y cada uno había puesto su estera enrrollada sobre la tierra, haciendo una casita redondita, como quien quiere cubrirse del frío o quiere dormir en plena calle. Todo fuen en esos momentos siguientes, silencio de palabra humana, y sólo se oía el ruido que se hace cuando se sacan trapos de las bolsas multicolores.

Nosotros andábamos muy movidos con nuestras cuatro patas andando de aquí pa’lla. Y ladramos hasta que a Káiser le cayó una patada de esas que dan los amos para hacer cumplir una orden... Nos callamos.


LA PELEA:

No pasó mucho rato cuando empezamos a sentir un gran ruido que venía de lejos. Ruido humano. Que dolía y provocaba rabia. Y que respondimos con desesperados ladridos. Y de todo ese gran alborotó que empezó esa noche, una palabra humana se me ha quedado grabada. Palabra que muchas veces ha sido gritada y que hoy repito como algo familiar (aunque los humanos ya no quieren decirla más):
¡INVASION, INVASION... INVASIOOON! ¡Pfii... Pffiiii... Pfii! ... ¡¡¡INVASION!!!

No sé en qué momento empezaron los golpes, porque apenas cayó una piedra sobre la estera de mi ama, corrí hacia lo oscuro y empecé a ladrar. Mi amo y los demás amos corrieron con palos y piedras. Y se fueron hacia donde se hacían tantos gritos.

Nunca podré olvidar que esa noche el olor a miedo se mezcló con olor a sangre y el polvo cegó mis ojos, mientras yo abría al máximo mis cuatro patas y sin moverme del sitio aquel, ladraba con todas mis fuerzas. Fue la segunda vez que me oriné sin quererlo.

Pero nadies nos botó de la pampa...

Cuando el sol salió, yo dormía bajo una estera curvada, junto a mi amo y Lucía. Por todos lados había esteras y humanos durmiendo. Me levanté, sacudí mi lomo y empecé a buscar comida. El frío me obligaba a orinar y me fui a buscar un sitio, lejos de las patadas y las piedras de los humanos. Frente al montón de esteras había un cerrito de piedras largo y redondo. Decidí subir para mear y ya estando arriba pude ver que no éramos pocos. Había muchas, muchísimas esteras. Y más allá había unas casas grandes; bien coloridas y llenas de perros que ladraban duro, no de hambre, cuidando su territorio más bien.  Más tarde aprendí, porque así lo escuche a los humanos, que esos eran los malos y nosotros los buenos. Y que ellos, los de las casas grandes, eran los que nos habían pegado y nos querían botar de aquí, porque para ellos nosotros éramos los malos y veníamos a traer maldad.

Yo, por mi parte, he aprendido que ellos viven en casas buenas y nosotros en casas malas. Y por eso no nos quieren. Somos como los perros chuscos y enfermos que todo el mundo patea... Pero... ¿por qué, si ellos tienen sus casas, no quieren que otros la tengan?... ¿qué habrá sido de la casa del amo?... creo que de verdad no era suya...Así como los perros tenemos dueño, las casas también tienen dueño... pero, ¿por qué estos humanos no dejan que otro se agarre al perro sin dueño?...

Un día empecé a entender las cosas. Alguien vino a decir en mi presencia que estas pampas tenían dueño. Y ese humano venía a reclamarlo con muchos hombres más. Hombres malos porque les olimos maldad. Ahí me vinieron otras dudas: ¿Por qué, si estas pampas dicen que tiene dueño, no vive nadie aquí?... ¿Para qué necesita un humano una casa tan grande?

Yo sé que nadie me pudo contestar estas cosas nunca, porque esran palabras que con mucho dolor y mucha rabia le hablaba mi amo a su pareja Lucía. Y el mismo decía que esto era inexplicable, que no podía hallar respuesta para tanta injusticia...

Ya teníamos muebles en el terreno, y hasta mi trapo había traído el amo Liborio. En algunas casas había muchos niños, y llegaron tres perros más. Además de Panta, Káiser y yo, en la pampa estaban en ese tiempo: Chucho, Nina y Jazmín. A Conan lo vimos en la mañana de aquella noche larga, pero no lo considerábamos de la pampa todavía. Y ni siquiera se llamaba Conan aún. Ese nombre se lo pusieron mucho tiempo después.

Pero, lo que a veces no quiero acordarme, porque me da mucho miedo hacerlo, es lo que ocurrió una tarde, muchos días después de la invasión, cuando llegaron muchos hombres con palos, fierros, cuchillos; carros grandes y carros chicos, y mucho olor a odio. Esa tarde, los amos de la pampa también traían odio. Y se pusieron frente a frente con palos, fierros, cuchillos y piedras; malas palabras y rugiendo mucho, como cuando se ponen frente a frente dos perros malos.

Ese día es otro de los muchos que no he podido olvidar desde que vine a vivir en estas pampas. Aún puedo verme. Corría de un lugar a otro, ladrando con miedo, fue todo muy rápido, parecido a lo de la primera noche, peor todavía. Piedras, gritos y humanos caídos en el suelo, golpeándose y mordiéndose como perros espumados. Y luego el ruido y el fuego que me asustó... Estos hombres venían a romperlo todo. Y hasta un cachorro de humano vi tirado, mientras su madre gritaba desesperada, mirando hacia arriba con agua en los ojos.

Cuando la oscuridad fue más grande, ya los hombres malos se habían ido. Y mucha gente de la pampa también. Sólo quedaron algunas esteras y muchos humanos llorando. Yo buscaba a mi amo. Buscaba a Lucía, a Panta, mi perrita. Buscaba un olor conocido, alguien a quien mover la cola y sobarme de miedo. Me subí al cerro para ladrar y aullar, y fue cuando vi a Lucía que jalaba una  estera y a mi amo Liborio, cargando una cocina para hacer comida. Corrí como loco y ellos me recibieron como aun humano más... Fui muy feliz en esos momentos...


DE AA.HH. A URBANIZACION.

Desde ese día la pampa empezó a crecer para arriba. Y después de un gran tiempo las casas empezaron a parecerse a las que se veían desde el cerrito. Sólo que había un odio que nunca dejó de ser olido por nosotros.

Ya no nos decían invasión, porque en realidad eran los de afuera los que nos decían invasión, esa palabra les sonaba feo a los amitos de la pampa, y a mi me daba miedo. Desde el comienzo ellos le pusieron Asentamiento Humano “Santa Rosa”, y algunos humanos y humanas jóvenes ya ni siquiera quieren decir asentamiento humano, ahora sólo le dicen a la pampa: Santa Rosa. 

En el tercer tiempo de frío, en la pampa los perros éramos algo más de cincuenta en todo el lugar. Era más común ya ver a Conan. Y lo que empezó a bastantear, después del tercer tiempo de calor cosquilleante, fueron los cachorritos. ¡Mucho macho había!

A panta siempre se la querían agarrar los perros. En el primer año fue sólo mía, pero en los otros tiempos de tibieza arrechante fue de otros dos perros más. La falta de hembras hizo que nos pusiéramos bravos. También hizo que nos pusiéramos bravos el vivir y dormir en las puertas de las casas, la poca comida, el odio de los humanos del “otro lado” y las continuas peleas que teníamos, incitados por los niños y los adultos reilones que les gusta jalar la cola y tirar patadas y hacernos molestar todo el tiempo. 

En la pampa, los humanos conversaban mucho, aunque comían poco y dormían tanto como perro viejo; parecían ser más felices que los del otro lado y siempre andaban con su botella en la mano; porque, como nosotros los perros, se querían más cuando más sufrían.

Todo lo que vi lo recuerdo y lo puedo contar. Aprendí muchas cosas buenas y muchas cosas malas. Aprendí a defender a los niños humanos y a nunca ladrarles. Y aprendí también a robar gallinas y a comerme los huevos de los gallineros. Nunca fui malo con la amita Lucía, a pesar de los golpes que recibí. Pero también aprendí a morder a traición a todo aquel que quería cruzar la pampa y no oliera a humano de asentamiento... a perro de invasión.

Algo que nunca aprendí es a levantar la patita y a cruzar pistas con muchos carros.

Por eso nunca salí de la pampa y por eso miraba el otro lado desde el cerrito, pensando qué cosa sería vivir como perro de casa grande y no como perro de invasión.

Ahora que seguramente voy a terminar como Conan, vuelvo a recordar a Piltrafa, el afgano del amo Pérez. Un día apareció en la pampa. Era cachorro y se había perdido. El amo Pérez lo cogió, le puso Piltrafa por lo flaco que estaba y lo crió. Pudo facilmente ser del otro lado, rico, gordo, ladrando de gusto, no de hambre, y acabó sintiéndose uno de nosotros. Esa vez a nadie le interesó que fuera fino o que valiera mucho o que se parara bien. Aquí los perros sólo han servido para dos cosas: para cuidar a los amos y para hacerles compañía. Y cuando aprendí eso, prometí repetírmelo antes de la muerte.

Yo siempre he sido un perro muy común, pero esta vida de perros me ha dejado muchas huellas y enseñanzas, y de todas, la cosa más importante que he descubierto ladrando a los cuatro vientos es que, en la igualdad está la felicidad y no en la odiosa diferencia. Y nosotros, perros de invasión y todo, despreciados por todo el mundo y maltratados, cuando nos olíamos uno al otro, movíamos la cola y nos sentíamos iguales; pequeño, grande, blanco, negro, peludo, lampiño, todos, a pesar del odio humano, ladrando juntos, fuimos felices, todos fuimos como hermanos...

...Pero los humanos... ello sí que eran animales muy tristes...