jueves, 30 de agosto de 2012

CONDON CELESTIAL


UNO

En el año del señor de mil novecientos treinta y siete, durante el gobierno del General Oscar R. Benavides, contrajeron matrimonio en esta Ciudad de los Reyes, Don Elvio Arnulfo Ponce y Sanginés y Doña María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo, él de treintiún años y ella de veinticuatro, ambos integrantes de algunas de las mejores familias de Lima.

Luego de realizado el solemne acto se realizó una gran fiesta de esas que la ciudad comenta tres semanas seguidas, y al amanecer los felices cónyuges, entre parabienes y buenos augurios partieron al Callao, a embarcarse en el recién construido "Madre de Dios", con rumbo al departamento de Ica, donde buscarían pasar una inolvidable "Luna de miel" en las agradables y tan saludables aguas del oasis "La Huacachina", para luego pasar a la vecina hacienda "El Páramo", de propiedad de la familia de Elvio Arnulfo. "¿Para qué Europa? -dijo María- si lo que quiero es estar con mi marido y no ver ciudades y monumentos que ya conozco". Lo cual fue tomado por todos como una prueba de que había verdadero amor en la pareja (exceptio veritatis est).

Y esos días realmente fueron inolvidables porque no habiendo transcurrido ni una semana de la "sacrosanta liturgia del himeneo" y cuando aún quedaba en la memoria de la sociedad limeña el recuerdo de la gran fiesta matrimonial, la flamante esposa retornó a la capital, y ni bien puso pies en tierra, corrió a ver a su confesor y tío, para solicitarle que disponga con brevedad los trámites para la disolución del vínculo matrimonial, no sin antes dejarle saber casi todas las razones escandalosas de su infausta decisión.

Como era de esperarse, el viejo curita le negó toda posibilidad de obtener la nulidad del matrimonio, a pesar de los argumentos planteados y del poder que tenía tras suyo la infortunada esposa, pues, como ya hemos dicho, provenía de una de las mejores familias del país. Sin embargo, el cura le dejó saber que, para cerciorarse de lo dicho, podía acudir directamente al Arzobispado y oir las razones de boca del mismo Arzobispo.

Así, el asunto se llevó a mayores por la insistencia de la dama frustrada y, contra la opinión escandalizada de la familia de los cónyuges y venciendo su temor a la vergüenza pública, finalmente llegó a iniciarse un proceso de nulidad del vínculo matrimonial, realizado directamente y con la mayor reserva ante la curia arzobispal, aduciendo la demandante para tal efecto, no haberse producido la consumación del matrimonio por impedimento del varón demandado, pues según lo que se había informado Doña María, y lo que señalaban las normas civiles y canónicas, el matrimonio se consumaba con la unión carnal del hombre y la mujer en el tálamo nupcial o, para mencionarlo de un modo directo, la penetración del pene del marido dentro del conducto vaginal de la mujer; y para los efectos, la demandante juraba nunca haberse realizado tal penetración de las carnes de su marido en su vientre,  y que éste se encontraba, a pesar del daño hecho, aún inmaculado para las leyes de Dios y de los hombres.                 

Este argumento, por supuesto, fue negado por Don Elvio Arnulfo, quien, sobreponiéndose al bochorno inicial, y por patrocinio de un prestigioso abogado, señaló haber "cumplido con sus deberes de varón y haber entregado su natural con tanto amor como pasión a su esposa, la cual sólo intentaba engañar a la iglesia, por no se sabe qué fines ocultos".

Y es que, al respecto Doña María Esther tenía un argumento algo extraño, pero a su parecer, contundente, para demostrar la inexistencia de la consumación y más bien la afrenta sufrida: Su marido en realidad nunca había logrado tocar con sus carnes la cavidad vaginal (y hasta ese momento dizque virginal) de su esposa, pues había hecho uso de un artefacto anormal para la naturaleza que el supremo no había brindado; don Elvio había usado un simple y vulgar condón (pero de los gruesos y ásperos de antes, que se fabricaban en Inglaterra con latex de la India), que un amigo le trajo de Europa; lo cual colocaba una barrera, no prevista nunca antes ni por Dios ni por la Iglesia, para la consumación del matrimonio.

Como era de esperarse, el caso, del que ningún distinguido miembro de la sociedad limeña hablaba, pero que fue conocido burlonamente en círculos abogadiles, como el caso del "condón celestial", quedó archivado, a falta de leyes claras, y para evitar escándalos mayores que terminaran desprestigiando a la "gente decente" y a la Iglesia.

Y el matrimonio, al menos en el papel, se mantuvo; eso sí, cada uno durmiendo en cuartos separados, y el caso quedó en el aparente olvido. Hasta que algún Papa, gracias a éste y otros expedientes de penetraciones encapuchadas y frustradas consumaciones decidió modificar el Código Canónico para considerar tales efectos, pero negando a sus sacrosantas líneas esa palabra llanísima y enfadosa: condón, así como sus ingeniosos equivalentes: capucha, preservativo, profiláctico, jebe, poncho y tantos más. Diciendo las cosas de tal manera que no se dijera nada y al mismo tiempo se dijera todo.

Respecto a la historia, pasó que, como todo se llega a saber sobre la tierra y bajo el cielo en estos feudos de Dios, ésta se filtró entre la opinión pública (sin "prensa libre" por entonces), sobre todo entre esa gente a la que le gusta opinar de todo, hasta de lo que no sabe nada; y en torno a ella se tejieron un sinnúmero de cuentos que hacían burla de esta pareja tan singular. El cuento que más difusión obtuvo entre el populacho socarrón fue el del "pajarito de Don Elvio", que haciendo alusión a una supuesta limitación natural de Elvio Arnulfo hasta generó una tonadilla con la música de una canción muy popular de época. 

El pajarito de Don Elvio
vuelo no pudo emprender
porque se ahogó en la huacachina
de la tremenda María Esther 

Y resultó pues que, como ya lo intuía el pueblo, lo del condón no fue sino tan sólo una tinterillada. Lo que nunca se hizo público es que, en realidad Don Elvio Arnulfo Ponce y Sanginés jamás usó condón, lo que penetró en María, en medio de una noche sin luna, fue una prótesis colocada sobre el diminuto muñón que hacía las veces del pene de Don Elvio, el cual, dijo él, tuvo que ser cercenado después de haber contraído una rara enfermedad infecciosas en un burdel de la calle Guatica, enfermedad ésta de la que sólo después del matrimonio dejó saber a su mujer. Doña María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo, al darse cuenta, o mejor dicho sentir el duro aparato, lo rechazó escandalizada, porque le resultaba antinatural, "una cosa del demonio", y porque finalmente (y lo más importante además), en el acto de penetración este aparatejo le producía un doloroso rozamiento que le ulceraba la vagina y le evitaba sentir ese placer que un anterior romance le había enseñado (placer que incluía las formas más imaginativas de apareamiento: felatio, cunilingus, sexo anal, y más de veinte posiciones, pero nunca objetos artificiales, bueno, al menos no reemplazando el pene). 

Y resultó que ambos, pero sobre todo María, coincidieron después de todo en que una relación tan anormal, sin pene y sin sexo, no valía la pena mantener.

Pero aparentaron, como Dios manda aparentaron. 

Años más tarde se supo a través de un breve obituario y una escueta nota de prensa, que Don Elvio, cuyos modales escandalosos y una rara afición por los muchachos era mal vista en la sociedad, falleció de una “penosa enfermedad”.

Seis meses después de quedar  viuda, Doña María Esther se decidió a contraer nuevas nupcias, esta vez sólo por matrimonio civil, con el hombre que desde hacía cinco años era su amante y su protegido, un caballero empobrecido por el juego y la bebida que antes y después la penetró hasta el cansancio, sobre la cama o fuera de ella, haciéndole conocer placeres impensados, para morir luego de transcurridos diez años, en una riña de borrachos, dejándole a María como todo legado una disminución considerable de su patrimonio, siete hijos mal comidos y a pesar de todo, el convencimiento que “el condón, el consolador y cualquier otro fetiche son cosa del demonio y que la mujer además de haber sido creada para dar placer y procrear, también está sobre la tierra para sentirlo sobre y bajo su piel, pero en forma natural”.

DOS

Una fría tarde del mes de agosto del año 1995, buscando un expediente en el Archivo Histórico del Arzobispado de Lima, María Esther Torres Sánchez, abogada, hija de un policía retirado y de una ama de casa que alguna vez fue maestra, recibió por error de numeración el paquete que contenía los recaudos del caso de Nulidad de Matrimonio de don Elvio  Arnulfo Ponce y Sanginés y Doña María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo, o para decirlo en palabras fáciles, el caso del "Condón Celestial". Y en lugar de regresarlo, María Esther decidió echarle una mirada por pura curiosidad.

Grande fue su sorpresa al descubrir el contenido de lo que tenía entre manos. Hacía tiempo que estaba buscando un tema para su tesis de maestría en derechos humanos, que no sólo fuera interesante, sino que además resaltara el protagonismo de la mujer en nuestra sociedad, y creyó al fin tener ante sus ojos el tan ansiado tema.

Esto además porque, un mes atrás publicó en una revista feminista, un artículo titulado "La mujer y su derecho al placer", en el cual desarrollaba la tesis que una de las armas más poderosas de la mujer en su lucha por la igualdad y contra la discriminación de esta sociedad sexista, consistía en el reconocimiento de su cuerpo no únicamente como una máquina reproductora, sino además como una fuente de placer, libre para optar por una sexualidad sin prejuicios, temores y culpas.

Y en ese sentido, pasar de ente pasivo a ente activo en la relación sexual con el hombre, no sólo le daría una nueva visión del mundo a ella sino también al hombre, que tendría que aceptar finalmente que una mujer necesita ser atendida en todas sus necesidades, que van más allá de un estar dispuesta siempre para su pareja.

Contenta por el hallazgo que no buscó, María Esther, que no era muy creyente, consideró seriamente estar frente a un auténtico milagro o una gran coincidencia, "y que todavía se llame como yo la doña... es increíble", se dijo mientras miraba el expediente con fascinación.

Después de pagar por las fotocopias de los documentos más importantes (a los que apenas accedió por su exiguo capital),  y tomar tantas notas como le permitió el horario del archivo, María Esther salió a la calle contenta, iluminada por un torrente de adrenalina y creyendo tener un tesoro entre manos. Por supuesto, no le importó la particularidad del caso, ni lo poco que pudo obtener sobre su valor histórico o jurídico, o la escasa trascendencia que éste tuvo más allá de su época, lo único que veían sus ojos era que la dama que tenía su nombre encajaba perfectamente en su tesis reivindicacionista y por ello se dispuso a seguir adelante.

Una semana después tenía trazado un esquema, que convertía a Doña María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo en una heroína que luchó por su derecho a ser escuchada y atendida en sus requerimientos, a pesar de los prejuicios y demás obstáculos de la época. Todo ello podía encajar sin duda como fuente en una tesis sobre los derechos humanos de la mujer, pero había un detalle que podría perjudicar la investigación o quizás terminaría en una coincidencia feliz más... Doña María Esther podría estar viva y quizás tuviera entonces ochenta y dos años aproximadamente.

Pero, la pregunta era ¿para qué buscarla?, y la respuesta fue ¿por qué no buscarla? pues, sí por último se encontraba viva, lo peor que podía ocurrir es que la viejita le cerrara la puerta en las narices a la combativa bachiller,

Pero no fue así, porque por más que hizo no dio con su paradero y se decidió a seguir con la investigación pues su tenacidad era sólo comparable con la mía. Para ello falseo algunos datos, enriqueció unos pocos, recorrió varias bibliotecas, especialmente de ONGs y movimientos feministas, consultó con especialistas: abogadas, psicólogas, historiadoras y curas.

Ocho meses después de iniciada la investigación María Esther ya la había sustentado y obtenido la maestría con una felicitación por lo novedoso del tema y el aporte de su trabajo al conocimiento y difusión de los derechos humanos, en particular respecto a los derechos de la mujer y... en fin, todo ese montón de retórica intrascendente de que están llenos los discursos y resoluciones de los catedráticos que, con un plumazo envían las investigaciones a los depósitos donde se las guarda bajo siete llaves y en donde, en la mayoría de los casos no terminan sirviendo para nada más que darle a su autor un título universitario y la posibilidad de adquirir un mejor status socio económico, o sirven también para que otro se la copie. Pero con la tesis de María Esther no fue así, porque al año siguiente en un evento cultural organizado por el Movimiento Feminista "Lucy Smith", se presentó al público la investigación, en una pulcra edición que incluía fotos de época y hasta las supuestas imágenes de la pareja en concurrido evento social en algún lugar de Lima.

En la presentación y en el libro se llegó a decir muchas más cosas de las que contaba el expediente e incluso se engrandeció artificiosamente la figura de doña María Esther, de quien se dijo fue una mujer de mundo que animó las tertulias limeñas de mediados de siglo y viajó mucho, luchando en forma anónima por los derechos de las minorías y los sectores discriminados, muriendo en 1979 en París.

Tres artículos más y algunos comentarios en diarios y revistas cerraron el círculo en torno a esta obra de carácter "científico" que brindó a María Esther un puesto de asesora legal en la Defensoría de la Mujer ubicada en la Comisaría de Mujeres de Lima, a espaldas del Palacio de Justicia.

Y estando allí, ya firmemente instalada, un día le llegó una demanda judicial por una querella que se le había entablado por supuesta difamación. Ella pensó, "seguramente es alguno de esos maridos que por venganza se la agarran con la abogada", pero enorme, realmente inmensa fue su sorpresa al leer el nombre de la demandante: María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo.

Al día siguiente, por extraña coincidencia, toda la prensa amarilla trataba el caso, y los que no se dicen amarillos, le daban su toque anaranjado en páginas interiores. Titulares como: "Abuelita que inauguró condón se queja por difamación"; "Abuela pituca demanda abogada por libro que le tira barro" o, "Abuelita demanda feminista por sacarle trapitos al sol", levantaron la noticia y llevaron el asunto a los niveles más bajos, generando un tremendo festín para los medios, que vieron en el tema una de esas tantas minitas de oro que se le presentan o que inventa el seudo periodismo, amarillista, prostituido y envilecido al máximo. En este trance, las feministas, que se sintieron aludidas por el maltrato a su compañera, pretendieron también sacar su tajada promocional.

Bajo tales circunstancias, y estando en mi trabajo como redactor de noticias y periodista de investigación del noticiero "Buenos Días a Todos" de Americana Televisión, un día cualquiera que trajinando por los pasillos del canal, me dirigía al ascensor, me abordó un señor que me preguntó por el Director o el Productor del noticiero, diciéndome que tenía una gran historia. Yo, con esa intuición de periodista le dije que era el asistente del productor, que ninguno de los que él buscaba se encontraba en ese momento allí y que, si deseaba podía contarme la historia que yo le diría si podría divulgarse en cámaras o no.

Y me dijo que era abogado y que él, allá por la década del treinta fue practicante del Estudio del Dr. Echecopar padre, que fue precisamente el que se encargó de la defensa de don Elvio Arnulfo Ponce y Sanginés, consiguiendo archivar el proceso. El Dr. Enrique Verástegui, que así decía y gustaba llamarse el tipo que me abordó, empezó entonces a contarme una historia alucinante, una tragicomedia con ribetes sexuales, que es precisamente la que he narrado en la primera parte, y dijo además estar dispuesto a declararlo todo en cámaras, sin duda buscando algo más que la verdad, no la que estaba en el expediente, sino "la verdad".

Yo le dije entonces que me dejara su teléfono para llamarlo en cuanto le comunicase lo dicho al productor y al director del programa... Eso fue ayer y les juro que hasta este momento no me animo a contárselo a mi jefe, porque por alguna maldita coincidencia resulta que esa vieja del condón vendría a ser mi abuela y yo, Manuel Panizo Marquez-Talledo soy nieto de María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo. Y mi duda además es porque, al final de cuentas ésta podría ser una pendejada más de la prensa amarilla que le gusta inventar historias o a lo mejor es cosa de Montesinos y sus "cortinas de humo"... No sé, pero si es verdad el programa se está perdiendo una gran primicia, porque el tipo derepente se va a la competencia y nos jodimos (y me jodo también porque si en el canal se enteran me despiden).      
                       
Lo cierto es que hoy, después de haber investigado un poco, para desahogarme del fastidio que me provoca tanta basura, acabo de escribir esta historia que no espero se publique porque quién sabe no sea verdad, aunque en esta profesión la verdad no importe realmente mucho, sólo cuenta que, quien lo lea, escuche o vea esté dispuesto a creerte y a pagar por ello (y por último no importa que no te crean si terminan pagando tu producto)... Por otro lado, lo pueden tomar por literatura, y dejar de ser una vulgar mentira, para convertirse en una elegante mentira. (Un profe en la U. de Lima nos decía que no importa lo que vendas, si lo envuelves en un bonito envase la gente siempre querrá comprarlo).   


Ahora, estoy en mi cuarto, con el recuerdo de mi madre muerta y mi padre en Argentina... esta noche voy a leer un cuento de Borges para dormirme más rápido...

TRES

Hoy me levante con ganas de mandar todo a la mierda... Anoche después de arrojar a Borges al tacho prendí la TV y me puse a ver a Bayly conversando con Coco Marusix y pensé: qué tienen estos cojudos (o debo decir cojudas) que no tenga yo. ¿Por qué un tipo como yo que trabaja en la televisión, que ha estudiado en la Universidad de Lima, que estuvo en San Marcos y en la San Martín; que es bien "patero", que lee como cancha y que escribe regular, no puede ser famoso también?, y en medio de la noche se prendió un foquito dentro de mi cerebro que me dijo: lánzate compadre, es tu oportunidad.

Y he decidido poner en movimiento un plan que me va a dar notoriedad y que incluso me va a permitir publicar un libro.  Entonces llamo a Percy, el productor del programa y me pongo de acuerdo.

-        Aló, ¿Percy Delgado por favor?
-        No se encuentra señor, ¿algún encargo?

-        No gra... bueno, le dice por favor que llamó Manuel Panizo, gracias... lo voy a llamar a su celular............................, ¡Alo!, ¿Percy Delgado?... que tal cómo estás... te habla Manuel Panizo... Percy, necesito hablar urgente contigo, se trata de una primicia... sí, un tipo que me ha contactado... cuando te puedo ver... sí, está bien... a las diez, ya, nos vemos, chau.

Mientras me cambio para acudir a la cita me conecto a la "caja boba" y a pesar que tengo "cable", me pongo a mirar el noticiero del cuatro -que es más divertido- y de pronto están allí, en plena entrevista con la flaca cucufata, el abogado de mi supuesta abuela y la feminista demandada... no importa -me digo- yo tengo la carta bajo la manga, que ellos levanten la noticia que yo le daré la última estocada.

Y cuando estoy por salir, de pronto una llamada, corro a contestar pensando que es Percy quien, como es su costumbre, va a cambiar en el último momento la hora de la cita concertada. Pero no, es mi tía Magda, la que vive en La Molina, que me pregunta con voz alterada: Manuelito ¿Has visto lo que pasaron en el canal cuatro?... ¿Qué cosa tía?... Hijito, un pleito que está embarrando a nuestra familia... Sí tía ya estoy enterado... ¡Manuelito es urgente que vengas, tenemos que hacer algo contra esta situación vergonzante!... ahora no puedo tía, en la tarde voy por tu casa.

Llego diez para la diez al canal y la secretaria me dice que José, el director, quiere verme urgente. Y ni bien voy entrando a la oficina de mi jefe, una retahíla de insultos, todos subidos de tono, me reciben:

-         ¡Oye huevón de mierda quién chucha te da derecho a guardarte una noticia, acabas de jodernos porque el tipo que vino ayer y habló contigo me acaba de llamar para burlarse en mi cara y decirme que somos unos ineficientes porque no hemos sabido aprovechar una primicia y que esta noche lo va a recibir Hildebrandt.... ¿Sabes qué compadre? no sirves para este negocio, así que coge tus cosas y lárgate, yo voy a conversar con Percy para que te pague lo que te debe, por favor retírate!
-           José, pero déjame explicarte...
-           ¡Qué mierda vas a decir si ya la cagaste!
-           Es que esa vieja del condón es mi abuelita...
-           (           )
-           Y me demoré porque pensaba reunir más información con mi familia y entrevistar a ese doctor Enrique Verástegui, pero no para Buenos Días sino para Panorama..
-           ¿Entrevistarlo tú mismo?
-           Ese sería el trato y un puesto como reportero.
-           Oye, ¿tú estás cojudo?
-           Bueno José pierdes una noticia pero ganas un reportaje.

-           Y qué tengo que ver yo con Panorama, yo quería esa noticia para Buenos Días.
-          Para Buenos días te puedo conseguir a la familia, incluso a mi abuelita, ¿Qué dices?
-           ¿Ya hablaste con Percy?
-           No, pero si quieres se los puedes decir tú.
-           (           )
-           Qué me dices
-           No sé, bueno, déjame hablar con Percy, yo no te prometo nada.
-           Entonces ¿me llamas a mi casa?
-           No, este... ¿no tienes trabajo que hacer?
-           Sí, pero tu me acabas de botar.
-         Bueno Manuel, tú no me habías dicho nada y por eso estaba un poco ofuscado, además tú sabes cómo es este negocio... por qué no ayudas a Susana en voltear esa noticia del Congreso mientras yo llamo a Percy, ¿Sí?
-           Esta bien José.
-           Manuel...
-           ¿Ah?
-           nada, nada, anda nomás...

A las diez y media de la mañana José me hace llamar a su oficina donde también se encuentra Percy y me dan la buena noticia de aceptar mi propuesta, con un abono especial si todo sale bien y se producen por lo menos tres reportajes con buen raiting.                                                                 

Estoy tan entusiasmado que de pronto se me han levantado las plumas como un pavo real y no hago otra cosa que pasear por el estudio mirando las cámaras, el telepronter y la escenografía, hasta que me despierto y me doy cuenta que tengo que trabajar duro investigando y la primera cosa que se me ocurre es pedir permiso e ir corriendo a casa de mi tía para informarme un poco más sobre el asunto. Pero al llegar donde ella me doy con la sorpresa que mi abuela en realidad está muerta y bien enterrada en "El Angel" y que si bien la historia es, en términos generales cierta, todo lo demás de la demanda y lo que se dijo en la entrevista es mentira de algún abogado inescrupuloso o de algún periódico amarillo. "O estoy por creer -añade mi tía- que esa misma señorita se ha autodemandado para elevar las ventas de su libro".

Yo le digo a mi tía que todo es posible en estos tiempos en Lima, y con las huellas del desaliento que me ha dejado su confesión le pido un poco más de información acerca de su madre. Antes que se lo vuelva a repetir corre a su cuarto a traer un viejo álbum de fotos y una caja con algunos papeles corroídos por la polilla y las cucarachas. De entre las fotos le pido dos en las que aparece mi abuela con su primer esposo y le pido además la partida del segundo matrimonio de la madre de mi madre, y con ese botín y la promesa de su pronta devolución, salgo de la casa, no sin antes haber comido el rico locro con bistec que prepara todos los jueves mi tía Magda, una vieja "pituca" venida a menos de las que hoy abundan en mi ciudad. "Hijo -me dice antes de irme- espero que te encargues de desmentir toda esa patraña que está embarrando el buen nombre de nuestra familia, porque yo sé que eres un buen periodista... ¿no?. 

En el camino de regreso al canal la confusión me ha dominado y mil preguntas revuelan en mi cabeza: ¿Qué hacer? y un saludo de pronto me vuelve a la realidad, es Saúl, un condiscípulo de la universidad que trabaja como asistente de producción del programa de Mónica Chang, uno de esos bodrios que algunos llaman talk show y otros reality show (y que mi jefe, poco ingenioso, llama: "vómity shongo"). En ese momento su presencia me resulta intrascendente, hasta fastidiosa, porque no me deja pensar; pero de pronto sus palabras, que se cuelan en mi mente durante los vacíos en que me alejo de la preocupación, comienzan a despertarme un interés súbito por una idea que viene a mí como tabla de salvación, aunque en ese momento me resulta difícil terminar aceptándola.

Resulta que Saúl es de esos patas que contactan "jaladores de puntas" para los talk shows; esto es, tipos que por encargo de Saúl, se encargan de contratar con cincuenta, cien o más soles, según sea el caso, a hombres, mujeres, niños, ancianos, o cualquier otro individuo que sea necesario para armar el programa, tanto en calidad de público como en calidad de invitados. Y esa idea empieza a interesarme... Después de haberlo pensado un par de cuadras le pido a mi amigo que nos bajemos en la esquina de Petit Thouars para tomar un café y conversar sobre un negocito, a lo cual, Saúl, acostumbrado ya a estos tratos furtivos, accede sonriente.

Es sábado y a primera hora he corrido al canal para entregarle un video tape a Percy quien, después de ver mi material en compañía de Mauricio, el productor de Panorama, llama para felicitarme y decirme que me encargue de los siguientes dos reportajes, esta vez con la abogada María Esther y con el Dr. Verástegui. Añadiendo que no me preocupe por los gastos y que pase a su oficina a recoger un cheque por lo que le había pedido como adelanto. Y yo sonrío feliz porque siento que al fin mi carrera empieza a despegar. Entonces me acuerdo de mi familia que ya no está, de mi pobre tía Magda y de mi buen nombre, y lanzándome una frase de engañoso consuelo al tiempo que transfiguro mi sonrisa en una gran mueca de cinismo, me digo sin mucha convicción: total, ya comprenderá.. y si no.. qué más da, primero es lo primero.



1995









domingo, 19 de agosto de 2012




(                )


I

(           )        
A, e, i, o, u; aaa, eee, iii, ooo, uuu; aeiou; A, E, I, O, U; ¡AAA, EEE, III, OOO, UUU!; a, e...
(           )
¿Qué quieres?
(           )
¡Ahí está!, sí… en esa caja del rincón…, esa marrón, ¡esa! ¡Estúpida!
(           )
Ahora vete y no vuelvas a molestarme que estoy haciendo mis ejercicios de expresión oral.
(           )
¡Chau! ¡Vete de una vez!
(           )


                                                                            II

Hola
(           )
Oye, hola, qué haces aquí, seguro que te volvió a botar esa mier... ¡No!, no te avergüences, a mí también me han votado de mi casa, ¿ya ves? estamos igual.
(           )
Pero no, no te vayas
(           )
No, no creas que soy como los demás que siempre te andan molestando, yo soy el "choche" que es como decir hermano, buena gente; además yo te estimo, soy tu amigo; ven, ven, vamos a pasear para que te calmes un poco... espera... ¡Ven!
(           )
¿Qué?, no, sólo estaba mirando si alguien venía, lo que pasa es que la gente es muy mal hablada, ya sabes.
(           )
¡Oye! ¿que te parece si vamos a recoger piedras junto al río?
(           )
No, sí te entiendo, es sólo para pasar el rato, digo si quieres ¿no?
(           )
Entonces vamos pues, te hago una carrera, ¡corre! ¡el que llega último cumple un castigo!   
(           )
¡Uf! ¡Ufff!, qué carrerita, me ganaste, ven vamos a descansar un rato bajo ese árbol..
(           )
Ven, no tengas miedo, dame tu mano... siéntate aquí ... qué graciosa se te ve, toda colorada del esfuerzo, o es que estás avergonzada de estar a mi lado.
(           )
¿Te pongo nervioso?, anda, dime, seguro que algo te hago sentir.
(           )
¿Te gusto?, porque tú me gustas a mí… no, no tengas miedo, no te voy a perjudicar
(           )
Qué rica estás, se te ve excitadita... me gusta verte así.
(           !           )
No, no te pongas nerviosa, mira aquí estamos sólos y deberíamos aprovechar, tú sabes, yo soy un hombre y tú una mujer y yo sé que los dos nos gustamos... ven, dame tu mano...
(           !!!         )
Pero no te asustes, ven dame un besito... ya no te asustes, no te va a pasar nada malo.... no hagas fuerza, dame un beso.... no, no te pares, caraj.... ¡No te resistas!, te va a gustar, vas a ver... no te resistas mi amor...
(           !!!!!!!!!!              )
¡No hagas fuerza!, espérate, te va a gustar vas a ver, no me golpees chiquilla, no ¡no te vayas!, ¡Oye, no me obligues carajo!, deja, deja…. ya, ya vas aflojando… ¡nooooo!, no te subas el calzón, deja... ¡Ay mierda! ¡No me muerdas!
(           ¡Hmmmmmmmmmmmmm!                        )
Abre tus piernas, abre... ¡abre carajo!... así, ya, ya …. No te resistas, peor va a ser, te va a doler, ¡abre mierda!.... aaahhhh.. qué rico, así.... sí…….
(           !!!!!!!!!!              )
¡No!, no cierres, déjalas así... que rica estás.... creo que eres virgencita... así... ay qué rico, Ahhh, Ahh, Ah, Ah, Oh, Ah, Ah, Oh, Ah, Ah, Ahhhhh .................... Mieeerda, síííííí.
(                      ¡¡¡¡¡?????!!!!!              )
Ya no llores cojuda y súbete el pantalón que ahorita viene gente….


                                                                            III

(¡Hmmmm! ¡Hmmmm!)        
A, e, i, o, u; aaa, eee, iii, ooo, uuu; aeiou; A, E, I, O, U; ¡AAA, EEE, III, OOO, UUU!; abc, abcd. abcch, abcdefghijklmnñopqrstu, a...
(¡Hmmmm! ¡Hmmmm!)
¿Y ahora qué quieres idiota?, justo me vienes a molestar cuando estoy en pleno trabajo.
(¡¡¡¡      !!!!)
No te entiendo nada, pero mírate, qué haces con esas fachas, toda cochina, anda báñate carajo y no me sigas molestando
(           !!!         )
¡Ya vete caramba! ¡Deja de estar jodiendo!... chau.
(                       )

                                                                           IV

-                     Mi más sentido pésame compadre... lo acompaño en su dolor.
-                     No entiendo por qué se mató "choche"; fuera de su impedimento, parecía tan normal.
-                     Sí pues, aunque últimamente se le veía un poco rara.
-                     Sí ¿no?, yo también la vi cambiada, como media trastornada.
-                     La pobre era bien sufrida por su impedimento.
-                     Claro, pero no creo que fuera motivo suficiente para suicidarse, francamente no comprendo qué pasó hermano.
-                     Yo tampoco.... 
-                     (                      )
-                     (                      )

...................................









domingo, 5 de agosto de 2012

JAVIER y la pampa de los (poetas) muertos


 En sus paseos por la pampa, César recordaba a Javier y la forma en que solía encorvar su espalda para no perderle el rastro a su sombra y cuando acostumbraba jugar a no pisar las líneas de la vereda de la ciudad que transitaba, contando sus pasos y dando ligeros saltitos, mientras no dejaba de hablar y hablar de poesía y de política. 

Mucho daño le hizo a César la muerte de Javier, no sólo porque lo quería como a un hermano, sino además porque desde entonces, él se volvió un añadido de la memoria del difunto, un dato en su biografía, mejor conocido como el "amigo del poeta mártir". Membrete contra el cual tuvo que luchar más de dos décadas para alcanzar nombre propio, el cual a pesar de todo pudo lograr. Sin embargo, ya en la madurez de su vida, el recuerdo del desaparecido volvió para opacar su existencia y cada vez con mayor frecuencia regresaron a sus pensamientos las palabras que alguna vez Javier le dijera y las que tal vez pudo decir, todas confundidas como salidas de un delirio febril.          


César, mejor conocido como “el charapa” o “el maestro”, a los cincuenta años, se había convertido en un hombre calvo, enfermizo, lleno de arrugas y malos olores por todas partes. De barriga prominente y palabras suaves, poco enérgicas. Un hombre abandonado a su suerte, sin pensión, sin seguro médico o de supervivencia, sin una profesión liberal, sin un trabajo permanente, sólo viviendo de unas horas de clase en un Instituto Superior Pedagógico y de las escasas regalías de sus libros publicados. Un excéntrico, que pasaba cada vez más horas entre piedras y arena, en un remedo de desierto en las afueras de la ciudad, una pampa que se hallaba un par de kilómetros más allá del último paradero de la línea 47.

Allí se le encontraba, vagando de un lado para otro, con su cuaderno bajo el brazo, sobre el cual nunca escribió nada, sin rumbo, sentándose en una piedra y otra, sin un propósito definido, sólo pensando en su pasado... y en Javier. Hasta que se calmaba y encontraba su lugar.

Desde lejos parecía un demente, y todos los que alguna vez lo vieron subir a ese ómnibus, sentarse en el último asiento, siempre a la izquierda, no dejar de mirar la calle, ser el último en bajarse y caminar directo hacia la pampa, sin mirar atrás y sin haber -en todo ese largo tiempo- esbozado una sonrisa, creyeron que estaba loco y por eso mismo no lo molestaron. Más aún cuando lo que siempre mostró fue una apariencia de abandono que resultó muy eficaz para ahuyentar a curiosos y depredadores, de los que abundan en los extremos de la ciudad.  

Su peregrinaje hacia la pampa no era diario, ocurría con frecuencia, pero no regular. Llegaba a mitad de la mañana y partía con el sol. En medio de todo ello, casi nada, andar, comer y pensar, todo muy solitario. (Cuando el veía que la sombra que hacían las piedras comenzaba a declinar hacia el lado opuesto del que la había encontrado en la mañana, abría su bolsita y empezaba a engullir el misterioso contenido de la misma. Y cuando el sol estaba cubierto por nubes, la señal de aviso era el inevitable ruido que se producía en su vientre y que hacía que se humedeciera su boca y se activaran todos sus sentidos sin dilación).

Sentado en su piedra de siempre - a la que llegaba después de un recorrido previo de reconocimiento -, visto desde lejos, César parecía pensar, y pensaba mucho, mirando permanentemente hacia un mismo lugar. Su mirada pensativa se fijaba hacia el oriente, como esperando algo, como sabiendo que algo o alguien iba a llegar. 

Y una tarde lo esperado ocurrió, faltando unos minutos para que el sol terminase de ocultarse y emprender el retorno a casa, se le apareció Javier. Despacio llegó, caminando desde oriente, tal y como César lo había estado esperando e igual a como lo venía día tras día imaginando.

Sin mediar asombro o duda César se puso de pie y fue al encuentro de Javier, deteniéndose ambos a sólo dos pasos, uno del otro.  

- Hola Javier.
- Hola César, tanto tiempo sin verte.

Ese día no terminó para el viejo maestro, la noche entera se quedó en la pampa conversando con Javier las cosas que no había podido conversar con él y las nuevas que los últimos treinta años habían traído.

Pero los días siguientes César no pudo volver, una fuerte gripe lo había tumbado en cama y la fiebre debilitó sus huesos al punto que apenas si podía mantenerse en pie. La noche que pasó en la pampa hizo gran mella en él, agravando su permanente bronquitis y dejándolo casi al punto de la muerte. Y ello hubiera ocurrido, de no ser por un discípulo de César llamado Carlos que también era poeta, un poeta incipiente que visitaba a su maestro con regularidad y que más de una vez lo acompañó hasta los límites mismos de la pampa. Carlos era su único amigo en esas épocas de abandono, casi un hijo para César y además fue su confidente en las noches de pisco y ron con cocacolas, en las que se fumaban una cajetilla entera de Winston, hablaban de poesía, de los poetas viejos y de los jóvenes, y en particular hablaban de Javier, y escuchaban las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, sazonadas con temas de la Sonora Matancera y algunos boleritos de Bienvenido Granda y los Panchos, que más de una vez bailaron juntos, cuando no caía por el cuarto alguna morena de las que Carlos contrataba por no más de veinte soles para alegrar a su maestro y de pasadita darle su rematada, cuando el viejo "charapa" se quedaba dormido de puro cansado.  

Precisamente, fue en una de esas noches que César le había dicho a Carlos que cuando le tocase su hora de partir le gustaría ser incinerado y que se arrojasen sus cenizas a la pampa, y para tal fin tenía guardado entre las hojas de un libro de poemas de Washington Delgado el dinero suficiente para los gastos de sepelio e incineración, y añadió que si faltaba plata, vendiese lo que quedaba en el cuarto que algo tenían que darle por un catre de fierro, cuatro sillas, una mesa, un escritorio, una vieja máquina de escribir Remington, un televisor Philco, un sillón y una radiola de marca Grunding. Además por supuesto de sus libros, que ocupaban la mayor parte del cuarto y que en ningún momento se pensó pudiesen ser vendidos, porque muy íntimamente César deseaba ser enterrado con ellos y Carlos esperó que fuesen su herencia, por los servicios prestados desinteresadamente a su maestro.  

Cuando volvió a la pampa una semana después, César no encontró a Javier. Infructuosamente lo llamó una y otra vez, recorrió de tope a tope las tierras áridas y levantó todas las piedras pensando encontrar su alma bajo una de ellas. Pero Javier no estaba, sólo ocupaba el espacio un silencio y una quietud inescrutables que, a pesar, de vez en cuando eran rotos por el susurro lejano de una ligera ventisca, que desparramaba por toda la pampa un sonido como venido del más allá.

Pero César siguió acudiendo, día tras día, a su encuentro con la esperanza. Hasta que una tarde, sin anuncio y sin fanfarria previa, volvió Javier. Envuelto en un aura de luz intensa y vestido con un terno gris de tela lustrosa y corte cincuentero, con su camisa blanca, su corbatita delgada y sus botines punteagudos, traía un libro bajo el brazo que nunca abrió y una sonrisa inmensa que le cubría el rostro, despertando en César una ternura tal que, poniéndose de pie súbitamente corrió a su encuentro con los brazos abiertos, mientras gritaba: ¡Hermano Javier! trabándose ambos en un encuentro larguísimo que terminó cuando Javier pronunció las primeras palabras: 

- Hola César
- Hola Javier. 

En su segundo encuentro las palabras se avinieron en boca de ambos cual torrente incontrolable que arrasó con toda cordura y razón. De todo hablaron, de los muchachos de la Universidad, de los cafés en el "Palermo", de los sandwich de lechón en el bar "Carbone", de los piscos del "Don Fabricio" y hasta de las chicas de la calle Guatica que Javier descubrió una noche de carnaval. César le contó que, desde su partida, no había escrito nada igual a lo que juntos solían hacer. Y recordó como, esos poemas escritos en servilletas, verso contra verso, en una competencia lúdica, al final terminaron siendo unas pequeñas joyas que luego ambos se sortearon y que cada uno publicó por su lado (aunque parece que a Javier le tocó la mejor parte porque con ella ganó un concurso literario que hasta hoy le sigue doliendo al pobre “charapa” recordar). De tal modo que cada poema publicado tenía la marca de ambos, lo que resultó enigmático para la crítica, que nunca pudo dar con la clave y terminó atribuyendo esa similitud "a influencias literarias comunes y un mundo de experiencias que guardaban una simetría y una conjunción de intereses y prospecciones ideológicas afines que...". ¡Cojudeces!   

Javier por su parte le dijo a César que en su encierro de treinta años había pensado en muchos versos y de tanto repetírselos al viento había convertido la pampa en un lugar muerto, porque la gente que por el lugar pasaba, al escuchar esos susurros creía que en ella había almas en pena y no en mucho se equivocaban, porque Javier penaba, aunque de vez en cuando se alegraba y gritaba de contento, sobre todo cuando le salía una buena metáfora o concluía un hermoso poema. César que no había podido escribir nada desde que venía a la pampa, cogió entonces su cuaderno, lo abrió, sacó su lapicero y ofreciéndoselos a Javier le dijo: "escríbelos que yo los publicaré con tu nombre". Y Javier que no olvidaba los buenos momentos le dijo: "Hermano, mejor hagamos un "tete a tete", como los de antes, un verso tú un verso yo". Y el viejo, muy entusiasmado cogió el cuaderno, puso en el encabezado César vs Javier, y delineo el primer verso...

Toda la noche y la madrugada entera estuvieron ambos llenando línea tras línea el cuaderno de doscientas páginas, mientras a su alrededor una atmósfera "retro" creaba el marco apropiado para la tertulia, el mozo del "Cordano" traía los chilcanos de pisco, mientras el bullicio de los amigos rodeaba a los competidores. De vez en cuando un sandwich de jamón del norte, una que otra risa de mujer hermosa y en el fondo los aires de un bolero dulzón que invitaban al amor y estimulaban el lívido. Los sonidos de la calle se colaban en el ambiente, que resultó similar a la última noche que los muchachos compartieron en Lima, antes de partir a Cuba... 

Cuando el sol de verano ya había calentado las piedras y las lagartijas salían a tenderse sobre la tierra hiriente, apareció Carlos en la pampa. había estado buscando a su maestro en la casa de éste, en el Pedagógico, en el Restaurant del chino Yong, en la biblioteca y en cuanto lugar podía encontrarlo, pero no lo halló y en el último lugar que pensó fue la pampa, donde lo encontró tendido, con los brazos cruzados, aferrado a su cuaderno, casi sin sentido y temblando descontroladamente. Carlos, sin pensarlo mucho, se lo echó a la espalda y andando ligeramente alcanzó la pista donde, no sin mucho trabajo, tomó un taxi directo al hospital de emergencias más cercano... horas más tarde, los médicos le daban la mala noticia, César había muerto producto de una pulmonía. El viejo finalmente se había ido, sólo y abandonado, como lo imaginó y Carlos no había podido estar allí para acompañarlo. ¡La maldita pampa lo había matado! 

Todo lo que había quedado de esa pampa y su encuentro con ella era un cuaderno que en el encabezado decía César vs Javier y una infinidad de versos que Carlos no paró de leer la noche que, con tres o cuatro amigos tuvo que velar el cuerpo de su maestro, antes de enviarlo al crematorio, tal cual había sido su voluntad. Sabido es que no tenía familiares y que la única mujer que lo amó y con la cual César había tenido un hijo se encontraba en Chazuta, un pueblo de la Selva, pero de ella ni de su nombre quiso hablar más el viejo desde esa vez que se le escapó la historia aquella producto de una de sus tantas borracheras. Por eso es que Carlos no intentó ubicarla y sólo se limitó a poner una escueta nota en el obituario del Comercio, la cual atrajo uno que otro poeta joven que, sea por curiosidad o por morbo vinieron a mirar el cadáver de César y a darle el pésame a los amigos de Carlos, como si fueran sus hijos o algo así. 

Dos días después de la cremación del viejo, que le costó a Carlos algo más de lo dejado en el libro de Washington Delgado, la prensa recién se vino a ocupar del asunto, y ello ocurrió porque se enteraron que las cenizas del poeta iban a ser arrojadas sobre la pampa que tanto amó y que la noche antes de morir escribió unos versos en honor de Javier. Una historia que sin duda podía despertar la atención del lector y la ambición de los dueños de los diarios.

Y aunque la intención de Carlos no fue necesariamente la de dar a conocer los hechos ocurridos, porque en un primer momento pensó en apropiarse de los versos de su maestro y publicarlos como suyos, finalmente pesó más en él la fidelidad y admiración que sobre César tenía y, por otro lado, pensó que, para su propia proyección como poeta, sería más útil si se convertía no sólo en el editor de los poemas póstumos del viejo, sino además le hacía un extenso prólogo a la obra, insertando en el mismo algunos poemas de su producción. 

Lo que no se dio cuenta Carlos –porque nunca le contó César acerca de estos juegos con Javier- es que el encabezado delataba a los autores de los versos, y lo que no se percató además es que el texto mostraba dos caligrafías distintas, que simplemente atribuyó a una suerte de experimentación poética.

Por eso es que, cuando finalmente se publicaron los poemas, fueron dedicados a Javier, "a quien -según Carlos- César dedicaba su obra póstuma, como un homenaje al amigo que nunca olvidó, y que en los años postreros de su vida supo darle alivio a través de la lectura de sus poemas y del recuerdo de la juventud compartida..."         

Lo cierto es que desde el día que murió César, Carlos ya no fue el mismo. El breve estío que trajo a su poética el lanzamiento del libro y el tributo que le dedicara, le dio una efímera fama que, pasados unos años, no volvió a disfrutar. Poco tiempo después la inspiración se había ido y la soledad empezaban a moldear su futura estampa. 

Alquiló el mismo cuarto de su maestro y empezó a voltear las mismas páginas amarillentas entre tragos, cigarros y música, pero sin más compañía que una que otra prostituta a la que gustaba sodomizar para desfogar su oculta rabia y su frustración.

Pero una noche de esas que no hacía absolutamente nada volvió a coger el cuaderno y sin decidírselo, casi al azar, como en un juego, empezó a leer los versos sin continuidad, dejando una línea, descubriendo, en medio de su inmenso asombro que quien había escrito todo aquel cuaderno no era una sola persona, sino dos personas totalmente distintas, dos poetas, pero ¿Quién más?... ¿Javier?.  Su asombro fue aún mayor cuando en esa lectura discontinua descubrió un hermoso poema que hablaba de la pampa de los poetas muertos y de la soledad que compartían los espíritus de la noche. 

Por ese poema y por todos los demás en los que hablaban dos personas, Carlos decidió ir a la pampa y averiguar qué cosa había ocurrido realmente. Pero ni en la primera noche ni en las diez siguientes pasó nada extraordinario en la pampa, solo logró que, al llegar a los límites del campo desolado, fuese asaltado y golpeado. Porque era un hecho inexplicable que ni los ladrones se querían internar en la pampa por ese miedo a las almas en pena de que todos hablaban, por eso no pasó mucho tiempo para que a Carlos también lo tildasen de loco y los ladrones y cuanta lacra vivía en los límites del lugar lo dejaran en paz. 

Con el tiempo -cosa inevitable- Carlos también empezó a envejecer y a tornarse tanto o más excéntrico que César. Sólo que, a diferencia de su difunto maestro, Carlos, un solterón inaguantable, tenía una familia que lo ayudaba económicamente, aunque no sin protestar. Por ello es que sus visitas a la pampa fueron más frecuentes, al punto que ya en los asentamientos humanos que rodeaban la pampa lo conocían como "el poeta loco", por su afición a recitar en voz alta interminables versos en los omnibus y microbuses que lo traían y llevaban de la pampa, versos que leía de un viejo cuaderno de numerosas páginas.

El tiempo es como un velo que cubre de oscuridad y vacía toda memoria. 

Ya habían pasado cinco años desde que Carlos inició su peregrinaje a la pampa y una tarde que dormitaba sobre la piedra de su maestro, con el viejo cuaderno de doscientas páginas entre sus manos; sin mediar circunstancia alguna, aparecieron César y Javier y tocaron el hombro de Carlos, despertándolo. No hubo asombro en él porque más de una vez había tenido alucinaciones con ambos y esta vez no estaba seguro si era un sueño o era real, pero cuando pudo tocarlos y entablar diálogo con ellos empezó a entusiasmarse y renació en sus ojos una luz ya casi muerta.

Esa noche y las siguientes los tres no pararon de conversar y al igual que Javier hizo con César, ambos decidieron jugar a entrecruzar versos con Carlos. El juego duró más de una noche, toda una vida para los tres, y al cabo de una semana de amanecidas en la intemperie, Carlos, al igual que su maestro, murió también de pulmonía; pero no tuvo la preacución de dejar instrucciones para la publicación de sus versos, la incineración de sus restos y su posterior dispersión sobre la pampa. Y la persona que encontró su cuaderno de poemas, jamás los publicó... con el nombre de Carlos.

Por eso, el alma de Carlos hoy vaga por los limites de la pampa, sin poder ingresar y sirve de guardián para que ningún intruso que no sea un poeta pueda a ella ingresar, yo lo sé porque algunos días de la semana acudo a la pampa a conversar con los poetas muertos, llevando también un cuaderno de doscientas páginas, como el que meses atrás encontré y publiqué con mi nombre, dedicándole el poemario a Carlos, a César y a Javier... (En mis investigaciones literarias, además de conocer todo este intríngulis, he descubierto una cosa muy interesante, y es que, a los poetas muertos no les importa la inmortalidad, sólo saben hacer poesía, quieren seguir haciendo poesía, ¡Ah! pero no saben leer... es más, no les gusta leer poesía).