Algunas tardes de febrero, Miguel, Jorge y Diego llegaban al centro comercial, buscaban una banca libre en el pasadizo y con extraña dedicación iban valorando los cuerpos de las mujeres, en el entendido que la mayoría de ellas había gastado sumas importantes de dinero en lograr obtener ese físico que llamaba su atención y la de cientos de muchachos que acudían al mall, sólo para ver a las mujeres más hermosas que había en la ciudad y que solían frecuentar esos pasadizos amplios y fríos, que ellos apenas lograban calentar.
Luego de algunos
meses de enfermizo afán, Diego decidió ser cirujano plástico, Jorge consiguió
trabajo en una de las tiendas del lugar y Miguel perdió el interés por las
mujeres, mas no por su vestimenta, ni por aquello que las embellecía a los ojos
de los hombres. Fue entonces que empezó a fijarse en los chicos que pasaban por
el lugar y a ir sólo. Hasta aquel día en el que tuvo una epifanía, cuando vio
por primera vez a Gustavo, quien en adelante sería el motivo de sus visitas al mall
y el motivo por el cual Diego se alejaría definitivamente de Miguel.
Muchos años después,
cuando ya no había más recuerdo que la distancia, Diego vio pasar a Miguel de
la mano de Gustavo y quiso llamarlo, pero al parecer no estaban interesados por
él, que no había logrado ser cirujano y recorría el mal a diario deleitándose
con las niñas del centro comercial.
En la tienda en que
trabajó Jorge, disfrutando de probar zapatos a las mujeres, que apenas logró
vender, ahora funcionaba una heladería. Nunca más se volvió a ver a Jorge por
el lugar.
Todas las tardes de
febrero Diego llega al mall, pero pronto ya no lo hará, porque uno de estos
días el supervisor de seguridad del centro comercial descubrirá que suele masturbarse en los
rincones oscuros, desde dónde atisba todo, con esa mirada de vigilante del
lugar, pensando “la diversión ya no es igual”.
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