sábado, 28 de julio de 2012

MAÑUCO


Carlos Rojas Sifuentes

Mañuco llegó a Lima en 1989. Traía muchas ilusiones, mucha ingenuidad, pan de su pueblo para su tía, y mucho germen de melancolía.

Su anhelo era ingresar a la Universidad y ser “alguien”. Por eso convenció a sus padres para irse a vivir con su tío acriollado y su prima miraflorina, que hace un año los habían visitado. Entre ambos le habían pintado una Lima llena de sorpresas, buenas y malas, en la que tenía que lucharse mucho para salir adelante... y durante noches se convenció a sí mismo que tenía muchas ganas de ser importante.   
Manuel Tucto Martínez era de pueblo chico y tierras amplias, hijo de notables de su lugar y conocedor eventual de la capital departamental. Desde que nació fue feliz, nunca pasó hambre, ni privaciones y pocas veces bajó la frente y habló para adentro. Pero desde ese día, viajando en el avión, entre tanto blanquiñoso capitalino, supo manejar las inflexiones serviles y aprendió a conocer a los bichos rastreros y demás cosas que deambulan por el suelo, entre los zapatos de la gente.

La casa del tío Miguel está todavía en San Borja, distrito nuevo de clase media emergente y alguna clase alta decreciente. Cuando llegó Mañuco, un indefinido perró le salió a su encuentro y sin ningún respeto le dio una minuciosa olida a sus pies de vulgar envoltura, de pronto el can retrocedió unas patas y mirando al rostro del provinciano familiar se puso a ladrarle, sin más ni más, como se ladra a un borracho o a un ratero, con ese tipo de ladrido que babea desconfianza y desdén.   

Ese fue su primer encuentro con Lima, y en adelante le ladraría la calle, le ladraría el microbús, le ladrarían los letreros de admisión restringida, le ladraría la gente criolla, acriollada y achorada, le ladraría Jéssica Pflucker, la hija del vecino. Y hasta una señora “empobrecida pero blanca” le diría: ¡Ay estos cholos cochinos, igualados, por qué no se regresan a su tierra!

Pero Mañuco no era totalmente cholo, sólo parecía, estaba quizás muy cercano al cholo. Su posición en esta gama de matices racistas era un tanto indefinida y eso por ahora no le daba mucha ventaja. “Lo que ocurre –se decía- es que apenas me estoy aclimatando”. Y para acelerar el cambio decidió tomar al toro por las astas o, como dicen en su tierra: “llegar a la cumbre haciendo su propia trocha”. 

Así que lo primero fue renegar de su pasado, de sus costumbres provincianas, de su vestimenta de tercera categoría y de su color. Su prima le había dicho: ¡Oye, no seas huachafo, vístete a la moda, sácate esa ropa horrible!. Y Mañuco consideró hacerle caso. Total, si en la casa paterna, cuando se miraba en el espejo él era todo un blanco, y de eso incluso le habían hecho saber los comunes de su tierra.

Un sábado, su prima, a ruego de su tío, lo invitó a una fiesta, su primera fiesta en Lima, y Jéssica, la vecinita de cabellos castaños, ojos verdes y piernas torneadas iría en el mismo auto que el tío Miguel manejaría, porque su hijita aún era una niñita (“eso cree el muy hue...”).

“Ya está: el “bluyín” con aplicaciones de cuero, el polo que dice “poison” y las zapatillas “rebok”. Es una sorpresa para mi prima y para Jéssica, y seguro que por ver la ropa no se van a fijar en mi corte de pelo que me hice donde el maricón de la avenida Aviación”.

La noche –seguramente fue la noche- no permitió dejar ninguna impresión de Mañuco en las jovencitas, y él pensó que, cuando llegaran a la fiesta, en plena luz lo descubrirían, pero el pobre no sabía nada de fiestas.

Dos cuadras antes ya se oía el barullo de la música que anunciaba la fiesta y cuando bajaron en la puerta, el pobre Mañuco no creyó lo que veía. “¿Es una discoteca?”, preguntó. Las dos niñas se miraron brevemente al tiempo que sonreían comprensivas. Dos gordas, una flaca bien fea y una niña de indefinido aspecto fueron sus cuatro parejas de las cuatro piezas que bailó toda la noche a la sombra de los rincones menos iluminados por la explosión destellante y confusa de luz multicolor. Tomó dos cocteles y volvió a su rincón preferido, allí donde la luz morada no lo delataba, pero dejaba entrever la caspa de sus erizados cabellos y la sonrisa que le producía tanto baile desenfrenado y esa atmósfera de modernidad que él anhelaba manejar.

Al término de un “techno” monocorde, de pronto Mañuco tomó valor y dejando su vaso en el suelo se dirigió hacia donde se encontraba Jéssica y su prima. Con la mirada fija, puesta sobre su objetivo, no se dio cuenta que tres larguiruchos muchachos las acompañaban. Se acercó y sin mediar palabra extendió torpemente su mano hacia la muchachita de ojos verdes, cuando en ese instante empezó su estridente marcha un nuevo “teno”, que se diferenciaba del anterior por matices apenas imperceptibles. Ignorando la mano extendida, el grupo ocupó ráudamente su lugar entre la masa a ratos bamboleante, a ratos brincadora, que se movía al ritmo de la música. Mañuco sin inmutarse buscó otra chica para bailar pero no encontró ninguna disponible y volvió a su rincón y a su vaso caliente de pisco con maracuyá.

Cuando concluyó la pieza, la primita se escabulló de su grupo y apenas se acercó a Mañuco le increpó: “¡Oye!, ¡¿Estás loco?!.. ¡Mi amiga Jéssica tiene su enamorado!, ¡Además esos patas son bien pitucos!.. hazme un favor Mañuquito, por qué no te buscas una amiguita, no seas malito ¿Ya?...”. Los pretextos lo abrumaron y tarde, bien tarde, cuando ya acababa la fiesta, descubrió que “estaba demás”. 

Mañuco ingresó a la Universidad “San Marcos” en 1990. No había podido hacerlo a la “Católica”, porque dicen que le faltó academia, que tenía que prepararse en la “Pre”, en la “Trener”, en la “San Ignacio”, o por último en “La Pontificia”.

Y él se preparó en la “Dalton”, allá en el centro. Estudió todo lo que le exigieron y más, pero con las justas alcanzó la Facultad de Sociología en San Marcos. El quería estudiar Economía en la Universidad Católica, pero su tío lo convenció que era “la misma vaina, que podía hacer traslado y que todo dependía de su esfuerzo, que otro sobrino suyo comenzó así, desde abajo y que...”. De paso no le salía tan cara la cosa, porque como es universidad nacional, sólo hay que pagar cincuenta soles cada ciclo.

Los días en el claustro universitario cambiaron para siempre su visión del mundo y lo enfrentaron súbitamente a una realidad a la que llegó tarde y que se diluía bajo sus pies.

Allí conoció a María la sobrada, a Teobaldo el “chancón” y a Gróver, que siempre andaba mirándole el culo a las hembras. Allí conoció también al “compañero” Rubén y a la “compañera” Isabel y a través de ellos conoció al “compañero” Marx, al “camarada” Lenín y al “maestro” Mao, que iluminó su espíritu provinciano y lo lanzó a la aventura de intentar pensar por sí mismo... o en todos caso, lo que su experiencia le estaba permitiendo pensar. 

Vivir fue entonces un despertar cada día con la hiel en los labios y un saborear las mieles de la esperanza. Marchas, conferencias, charlas, talleres, mítines, vigilias, encuentros, recitales, conciertos, fueron su encuentro con una nueva fe y con personas de toda condición social que, como él creía, compartían un mismo ideal de igualdad y justicia social.   

Pero un sábado, después de una pollada del Partido, cuando los llamados “compañeros bacanes” Yovanna, Felipe, Desiré y el desubicado “compañero” Mañuco (que entregaba su alma al diablo por este tipo de compañías), regresaban a sus casas en un Peugeot del año del papá de Felipe, se les ocurrió a las chicas ir a tomar unos tragos a una discoteca de san Isidro, a lo cual Felipe asintió, y antes que Mañuco dijera algo, Yovanna le preguntó: “¿Dónde te dejamos compañero?”, y el pobre no supo qué decir, y cuando ya se le ocurría algo, el carro ya se había detenido y Mañuco sólo balbuceó “aquí nomás me quedo”, bajando tan rápido que casi va a dar con sus huesos sobre la vereda, lo que generó grandes carcajadas en el interior del auto. 

Hiriente sonido, que se fue perdiendo en la oscuridad de una calle desconocida, sólo transitada a esa hora por locos, borrachos y prostitutas. ¡Ah! y Mañuco que regresaba a casa sobre sus pies y con un Hamilton Light humeando entre los dedos.           
   
¡Eres un híbrido! ¡Eres un híbrido de mierda! ¡Sólo eres un híbrido¡. No eres ni blanco ni indio. Ser mestizo es una cojudez. Eso del mestizo es puro cuento. ¡Eres un híbrido! ¡No eres nada!... ¡¡¡NO ERES NADA!!!... Mañuco pasó muchas horas de muchos días repitiéndose todo eso ante el espejo de su cuarto sanborjino. Eso que había descubierto dolorosamente, eso que lo atormentaba, esa realidad que estaba viviendo. Eso que le habían ayudado a descubrir los “compañeros”. Eso que los “compañeros” no podían solucionar...¡QUE DESENGAÑO!      

Un día llegó a casa con un paquete y mucho temor. Pero en medio de la opacidad de su ser, se percibía ilusión en su rostro. Había una chispa, una luz aparente, como si hubiera descubierto algo, como si lo que hubiera descubierto le estuviera dando razones nuevas para vivir.

Mañuco se puso el terno azul; cogió un maletín “James Bond” que le había regalado su tío, y metiendo el paquete dentro del maletín, salió a la calle casi escabulléndose. Tomó un microbús de la línea 70 que lo llevó al Asentamiento Humano “Santa Rosa”, cerca al aeropuerto. Al bajar lo esperaban dos ternos azules más que con amplísimas sonrisas lo recibieron como a un hermano perdido y vuelto a encontrar. Juntos y hablando del maestro, sacaron cada uno un libro de sus respectivos maletines, se lo pusieron bajo el brazo y enrrumbaron hacia las polvorientas calles del asentamiento, mientras las puertas se cerraban y la gente se alejaba muy ligerita de su presencia.

“Hermano, venimos a darle la buena nueva de nuestro Señor Jesucristo. Usted tiene que ser salvo... ¿Ha leído usted la Biblia?... Fíjese en el versículo 36 del capí...”

En 1991, cuando se acerca Navidad, Mañuco ha recibido una carta de su padre, en donde le pide que vuelva porque su madre está muy enferma. Ana, su hermanita, se fue con un alférez de policía y no hay quien atienda el negocio... Mañuco no sabe si va a responder la carta aún, porque está pensando irse a México para cruzar la frontera y dejar este país de mierda que...

Mañuco esta noche va a pensar.   







       

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