martes, 10 de julio de 2012

EL MURO DE LAS DIFERENCIAS

Carlos Rojas Sifuentes


En plena década de los ochenta yo vivía en un barrio “clasemediero” de la gran ciudad de Lima. Mi casa estaba ubicada en la punta de un cuerno del distrito de Santiago de Surco, que entonces limitaba con Miraflores y Barranco, como penetrando entre ambos y proyectándose al mar que nunca alcanzaba.  

Entonces esas casas nuevas, cuya construcción empezó a inicios de los setenta, todavía tenían tierra fresca de chacra en sus jardines y en sus espaldas algunos viñedos que sobrevivieron al embate del cemento y que formaron parte de las grandes haciendas del Surco antiguo. El destino de esas áreas verdes y de las ya abandonadas sería convertirse en poco tiempo en una urbe fría de material innoble. 

En épocas antiguas para llegar a Surco había salir a los extramuros de la ciudad de Lima, más allá de las chacras que la circundaban, hasta llegar a su pequeño poblado costero, agricultor y ganadero, que mostraba con orgullo su bella plaza de armas, muy lejana entonces del centro de la capital, de la cual se encontraba separada por una gran extensión de tierras de cultivo. Las que fueron alcanzadas inexorablemente por el crecimiento demográfico y la implacable, desmedida y desordenada urbanización.

El Surco antiguo estaba poblado de barrios pobres o empobrecidos, repletos de problemas internos y una suerte de amargo rencor por ver invadida súbitamente su ancestral forma de vida y eliminados para siempre sus antiguos modos de subsistencia, afincados ya en el pasado, ese pasado que muchos no querían dejar atrás.

Pero algunos se adaptaron a las nuevas circunstancias y se modernizaron, creando incluso un vínculo de intercambio con los nuevos vecinos (aunque hasta ahora no se ha producido una total integración). Y es uno de estos círculos de intercambio, el más negativo de todos, el que más destacó entre los habitantes de ambas zonas, el referido a la compra y venta de marihuana y pasta básica de cocaína, de gran consumo entre los jóvenes de mi urbanización y las urbanizaciones vecinas y de gran comercio en la zona limítrofe del antiguo y nuevo Surco. Tan exitoso fue este negocio que generó gran preocupación, principalmente entre la población adulta de la urbanización, condicionando la forma de vida. Y si bien es cierto llegó a involucrar activamente a la Policía, en muchos casos fue únicamente con la finalidad de pedir cupos, consumir y muy pocas veces se llegó realmente a intervenir a vendedores y compradores para eliminar el negocio, era más fácil tenerlo “focalizado” para realizar eventuales operativos que justificasen su presencia. En todo caso, la policía fue uno más de los que merodearon constantemente las casas de venta, cual un cliente conocido, un "caserito". 

Bueno. El asunto es que, como decía, allá por los ochenta, con esa interacción de dos sectores marcadamente definidos, a los que además separaba un larguísimo muro, el cual había que saltar para "negociar" la "yerba" o la "pasta", también había una abierta confrontación de contenido socio económico que, de uno y otro lado generaba insultos y agresiones de todo tipo, metiendo en un mismo costal a tirios y troyano.

Pero, resulta que la frontera entre uno y otro sector no estaba totalmente cerrada, porque en alguna parte había un tramo no cubierto, por donde entraban y salían los pobladores del Surco viejo con rumbo a las avenidas que cruzaban la urbanización, y a través de ese espacio no cubierto de muro entraban y salían también algunos autos que de esa manera evitaban dar una larga vuelta de diez cuadras, las diez cuadras que se cercaron para dividir la pobreza del bienestar.            

Un día de esa década violenta, los pobladores de la Urbanización, armados de palas, picos y mucha maquinaria (que, por cierto, sólo iba a ser usada por los albañiles), con el dudoso objeto de protegerse y, en todo caso para completar la marginación, se decidieron a cerrar ese tramo no cubierto de muro, lo que generó gran revuelo sobre todo entre la gente de Surco Viejo, que iba a quedar aislada incomprensiblemente;  

Y el muro se empezó a levantar. Y en sucesivas noches, alrededor de la banca de un parque, un poste de luz o una esquina cualquiera, en ambos lados de la macisa hilera de ladrillos, se podía escuchar los comentarios más variados respecto de la división. 

Esto fue lo que pude oír a dos jóvenes de cada uno de los sectores antagónicos, acerca del bendito muro de las diferencias que finalmente se terminó de completar:

Y nos terminaron de chantar el muro. Ya mi habían dicho que nos estaban cercando; questa gente i mierda algún día nos iba a poner otro muro pa' jodernos. Con eso que somos pasteleros, que le robamos a las señoras y que afeiamos el barrio. Primero nos chantaron un muro allá, por la canchita, y no nos dejaron pasar pa' las tiendas questán dentro de su urbanización. ¡pucha!, si me acuerdo quera bacán salir a comprar a esas tiendas, todas pituquitas, todas limpiecitas... ¡y las germas!... bien ricas cuñao.
Ta' mae y ahora por donde vamos a salir, si si esa era la única calle por la que se salía a la avenida a tomar el micro. Ahora vamos a tener que tirar más pata, porque pa' llegar al mismo paradero  son más de diez cuadras... ¡Qué mierdas son estos rechu...!
Bien desgraciados son estos oe, por eso hay terrucos; pero por qué les dejan que nos hagan esta vaina... claro, como no tenemos billete abusan nomás. Así es la gente pituca pe, Pa' ellos todos somos malos, fumones, rateros, o sino ociosos. Ah pero encima nos están pidiendo que chambiemos duro; pa' quién, ¿pa' ellos?... tas loco... cómo vamos a chambear si nos ponen muros...
Pero cuando yo tenga billete no ua ser como esa gente i mierda, no compadre, no ua ser tan miserable. porqué la verdad sea dicha, de qué les sirve tener tanta plata si son malos, sabes qué en realidad esa gente me da pena.. pobrecitos...

Al fin se hizo el muro. Ya me habían dicho que esa gente de miércoles nos están cercando. Tenían que haber hecho ese muro hace mucho tiempo; no me explico por qué demoraron tanto; puro fumón vive allí, y si no son fumones, son rateros, violadores o terroristas. ¡cholos cochinos!, no se bañan y encima andan fastidiando a las hembritas del barrio, francamente yo no creo que canbie nunca esa gente y lo mejor que han podido hacer es cerrar la urbanización, total, que salgan por el otro lado. Aunque, la verdad dan pena porque van a tener que dar un vueltón para tomar su micro...¡bah! no importa, si el precio es la seguridad de nuestras familias que se vayan al diablo, total, ellos se lo buscaron por ser fastidiosos, además es gente de pueblo, acostumbrada a esa vida y una raya más no le hace al tigre... lo cierto es que ahora sí se puede respirar tranquilo.
Lo que me preocupa es que ahora seguro nos odian más, porque eso sí, son unos resentidos sociales que no trabajan y quieren todo fácil, yo no me explico porque siempre están envidiando al que tiene, bueno, también la culpa es de los comunistas. Pero esta gente lleva el fracaso en la sangre, por eso yo creo que nunca van a cambiar, siempre van a ser unos ignorantes.
Por eso la gente decente tenemos que cuidarnos, porque esta gente incapaz nos está cercando y la única solución es ponerle muros y alejarlos a ver si cambian, aunque, como van las cosas no creo. De verdad hay quien no se supera ni lo hará nunca... pobrecitos...  





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