lunes, 2 de julio de 2012

PERROS DE INVASION

Carlos Rojas Sifuentes

Yo soy el último que aún vive de antes de aquel día que todo era pampón y se convirtió de pronto en un montón de casas de juanes, luchos y ramones. 

Ya hace mucho tiempo que se murió Conan, él si que lo vio todo y se recordaba  hasta cuando hubo otras casas antes, porque  Conan andaba por estas pampas desde que era chiquito; él siempre fue suelto , vago le decían , callejero, como insultándolo, pero el siempre nos defendía, porque Conan era grande, no tenía raza, pero hasta con los Doberman se metía... Recuerdo un día que le pegó a Troyano, ese que vivía más allá, donde las casas son grandes y de colores y todos nos miran feo a nosotros, a los perros y a los humanos.... Conan lo agarró por la oreja y no lo soltó hasta que se puso a llorar y se fue arrastrándose... pobre Troyano, todavía recuerdo sus chillidos; ni más volvió, y para nosotros, los de este lado, fue como si nuestra misma boca hubiera agarrado esa oreja.  ¡Cómo odiábamos a ese Troyano!...  ¡Ah! pero desde ese día el amo de Troyano no podía vernos; nos  tiraba piedras y nos decía lisuras, sus hijos pequeños nos correteaban con honda... y hasta con los perros chiquitos se la agarraban.

¡Desgraciados!.. Un día le dieron a pelusa en su pata trasera y la pobre se quedó coja para siempre.

¡Qué gusto me da cuando recuerdo a Conan!, era amarillo como el sol y su cabeza era grande y no tan redonda como una piedra. ¡Ese Conan! andaba siempre metiendo miedo, y lo que más nos gustaba a todos era que, andando con él, hasta los humanos nos tenían miedo, porque ni a las piedras le corría; un montón seguro le cayeron, pero como era suelto se hizo muy fuerte.

A Conan lo mataron, no llegó a viejo como yo; murió porque se atrevió a ladrarle a un humano muy pequeñito. El papá de este amito lo estuvo buscando muchos días; lo olimos con rabia hacia Conan; le olimos a muerte. Sabíamos que lo buscaba para matarlo.

Un día encontraron a Conan con las cuatro patas para arriba, tiesas y bien gordo. Tocho, Pinto y yo, fuimos los primeros en verlo; estaba sobre el pequeño cerro de piedras que se ve desde la puerta en que duermo. Le dimos una olida, estuvimos por allí dando vueltas, hasta que nos convencimos que Conan ya no ladraría más a nuestro lado.

... Esa tarde todos aullamos, como cuando la tierra se va a mover. Nadie pudo callarnos.

Ahora yo me hago viejo, ya no ladro como antes y me la paso recordando. Eso dicen que ocurre cuando uno se va a morir y a mi no me gusta, porque los perros jóvenes son muy malos con uno cuando es viejo, y porque si voy a terminar como Conan cuando muera, no quiero morir.


RECOGNISCION:

No sé por qué no recuerdo cuando nací, ni quien fue mi madre; lo más antiguo que recuerdo fue que viajaba en brazos de un humano y la gente me miraba haciendo caras raras. Era chiquito y por las ventanas de ese lugar veía pasar de vez en cuando a la gente y a las casas con velocidad. Seguro fue cuando nací. Pero por ningún lado vi a mi madre ni a mis hermanos...¡Cuántos perritos han nacido en estos años!
- Aquí te traigo el cachorro que te prometí primo.
- Ta bonito oe, pero medio chusco es ¿no?
- Puta mae, también... encima ques regalao vas a querer perro fino. ¿Si quieres me lo llevo?
- No, no, está bien, es que, como tu dijiste quera buen perro.
- ¡Claro! Ahorita no se ve pero es bravo el cojudo.
- Ah, si es así entonces ta güeno.

Fue lo primero que escuche en esa casa a donde me llevaron.

Ahora no recuerdo la cara del que me llevó en sus brazos, ni su olor, pero desde aquella vez no he vuelto a tener otro amo que Liborio.

Esa misma tarde conocí a mi ama, se llamaba Juana. Los dos tenían un humano chiquito que siempre se la pasaba durmiendo, como los cachorritos de perro. Y cuando tenía hambre se despertaba llorando

Juana y Liborio no se querían mucho. Pero los dos andaban como perro alunado por su cachorrito. De todo le hacían, y hasta peleaban porque se ponía mal o lloraba mucho. Algunas veces Liborio le pegaba a Juana, aunque ella me miraba siempre con desconfianza.

La casa donde vivíamos todos era bien oscura y siempre andaba llena de ruidos. Nunca me dejaban salir de ella. Y un día que me escapé, descubrí que afuera era más ocsuro y había como unos pisos pequeños que se hundían en el suelo. “¡Cuidado se cae el perro carajo!”, fue lo que escuché ni bien asomé mi nariz a lo negro del vacío, y Juana se apuró en meterme en la casa con una patada. Entré revolcándome, mientras el niño reía y yo me lamía el golpe. Ese fue otro de los días en que Juana y Liborio se gritaron.

Me confundían estos humanos, porque siempre andaban peleándose y dormían juntos, y hasta durmiendo se peleaban, porque yo veía que uno se le subía encima a la otra y la hacía gritar y se movían fuerte y parecía que estaban haciéndose daño, y después como que no pasaba nada y cada uno se ponía de su lado.

El niño creció mucho y yo ya no era un cachorro. Me llamaban de muchas maneras: perro, animal, sucio. Pero más que eso me llamaban Nerón... Nerón, Nerón, Nerón, Nerón, pss pss, Nerón, Neroncito, perrito bonito, ven perrito... ¡Anda pues perro i mierda, ven  pa’ca!

Con el tiempo, el pelo se me puso negro y la voz la tenía más fuerte. Ya no ladraba como pito y empezaba a meter miedo. Un día, cuando la luz había entrado por todos lados, el amo Liborio abrió la puerta de la casa y me llamó: “¡Nerón sal pa’ fuera!” , yo no lo entendí, “¡Neron sal pa’ fuera carajo!” y me señaló la oscuridad a la que le tenía miedo, entonces, comprendiendo su intención, moví mi cola nerviósamente tratando de escaparme hacia adentro, pero antes que lo hiciera, me jaló fuera del cuarto mientras yo aferraba llorando mis patas al suelo. Traía un trapo en la mano, que colocó a un costado de la puerta diciéndome: “¡Desde ahora te vas a quedar afuera todo el día!... ¡Vas a cuidar la casa! ¡¿Ya?!... ¡Si no te boto carajo!”. Movía su dedo con que amenaza, mientras me decía todas esas cosas que recién ahora entiendo.

Esa mañana me la pasé aullando, rascando la puerta y ladrando a la oscuridad del gran hueco que bajaba. Y por la noche el miedo hizo mover mis huesos sin descanso y me oriné... fue uno de los días en que más golpe me cayó.       

La casa donde vivían mis amos, le había escuchado decir todo el tiempo a ellos que era chica. Y por esos también hay veces se peleaban. Por todo se peleaban. Y el cachorro también salió pegalón. A veces le gustaba montarme y darme con un palo en donde me caiga. Otras veces me quería colgar con una soga del cuello. Pocas veces me hacía cariño, pero yo nunca le enseñe los dientes. Una que otra vez le ladré y casi me botan. Y sólo una vez lo castigaron porque con un cuchillo caliente quería quemarme, mientras me perseguía por toda la casa.  

Un día descubrí que en esos pequeños pisos que se hundían en 
lo oscuro había algo raro, Empecé a pisarlos, uno por uno. Y pronto vi que me llevaban a otro lugar parecido al que hace un rato había dejado.


Resulta que la casa de mis amos tenía cinco casas más bajo ella. Y al final de todos esos  pisos hundiéndose, había una gran puerta por la que se llenaba de luz el lugar y entraba mucho ruido; muy asustado volví a subir los cinco pisos. En adelante no hubo quien me moviera, al menos por ese día, de mi trapo caliente.

La casa donde vivían mis amos no sólo era chica, sino que encima había otro humano que decía que la casa era suya y con gritos quiso meterle miedo a mi amo para que se fuera. Yo casi no pude aguantar que le gritaran a mi amo y por un “tris” no le saco un pedazo de carne al humano ese. Pero aunque creí haber hecho bien, el pago que recibí fue una patada de Liborio que me hizo correr humillado. Esa fue una primera señal que en pelea de humanos no debe meterse ningún perro, porque sale perdiendo.

Esa noche mi amo llegó medio tambaleándose. Yo dormía y me despertó su olor. Fui rápidamente a moverle la cola, como hago siempre que llega. El hablaba raro y por ratos se quería caer.

Entré con el amo a la casa y de repente se puso a gritar. Mi amita Juana se apareció medio dormida a ver qué pasaba, el niño empezó a llorar y yo instintivamente me puse a ladrar. Fue en ese momento que comenzó la discusión, los gritos, y el amo Liborio agarró a golpes a la amita... puñetes... patadas... gritos. El niño, que había salido a ver todo, me abarzó asustado, mientras yo ladraba al amo con más furia. El pequeño cachorro no se pudo aguantar más y con los ojos ardiendo fue a pegarle a su papá, como éste pegaba a la amita... el último golpe fue para el niño...
¡VAYANSE A LA MIERDA, NO QUIERO VERLOS MAS¡

Tan fuerte sonó eso que me pareció un solo sonido, una sola palabra, tan grande y fea que dejé de ladrar. Y mientras mi amo Liborio volvía a la calle y yo me arrinconaba bajo la mesa con el rabo entre las patas, el niño y la mujer lloraban abrazados.


Los días que vinieron con su frío cansador me hicieron sentir mucha pena, porque no volvía a ver más a mi amita, ni al niño Gróver. Sólo me quedé con mi amo Liborio, con quien pasé unos días más en ese piso vacío.


LA MUDANZA (o como dicen los dueños: invasión) 
Una noche, mi amo salió fuera de la casa con unas bolsas grandes, bien arropado y con una soga que me amarró al lomo. Subimos a uno de esos que llaman carros (al que no había vuelto desde mi pequeñez), que mi amo paró con su dedo. Y junto con el señor que dirigía el carro, los tres recorrimos mucho camino, muchas casas, mucha luz. Y pasamos otros carros hasta llegar a un sitio oscuro, donde nos dejó. Allí había más humanos, todos bien arropados y con bolsas de muchos colores. Y también había humanas y niños. Fue esa noche que conocí a Panta y a Kaiser: dos amigos más o menos de mi edad. Nos olimos, nos dimos vueltas, le di un par de lamidas a panta, y fuimos, desde esa noche, los tres inseparables.

Apenas llegamos al grupo, una humana se acercó a mi amo. Nunca la había visto. Lo abrazó y se fueron juntos.

- Ese es mi perro.
- Y ¿cómo se llama?
- Nerón.
- Qué feo ¿Y muerde?
- No, es mansito, pero si lo jodes mucho te saca el poto.
- ¡Ay tú!

Se llamaba Lucía y era de mi color, sólo que no tenía pelos en el lomo. Desde ese día la veo siempre. Ya le ha dado dos cachorritos a mi amo.

La noche andaría más o menos por la mitad, y ni siquiera Luna había. Un rato después que los humanos habían empezado a hablar y se veían muy agitados, llegó un carro grande, todos corrieron hacia el carro. Kaiser llegó primero. Panta y yo ladrábamos mientras corríamos. Y tras nosotros los humanos se empujaban para llegar antes a la parte grande del carro, mientras había uno que con gritos parecía dirigirlo todo. Cada uno se apresuró a bajar esas planchas temblorosas que llaman estera, que el carro traía en cantidad.

Mi amo y Lucía cogieron cada uno su estera y corrieron hacia el pampón mientras yo los seguía ladrando. Estaba alegre porque creía que otodo era un juego. Todos corrían, gritaban y reían, mientras se iban perdiendo en la oscuridad de la pampa. Antes que el polvo llenase todo el aíre, alcance a ver en el suelo unas marcas blancas. Parecía que por estas marcas cada uno sabía donde poner su estera... En lo que demora uno en orinar ya no había humanos a mi vista. Y cada uno había puesto su estera enrrollada sobre la tierra, haciendo una casita redondita, como quien quiere cubrirse del frío o quiere dormir en plena calle. Todo fuen en esos momentos siguientes, silencio de palabra humana, y sólo se oía el ruido que se hace cuando se sacan trapos de las bolsas multicolores.

Nosotros andábamos muy movidos con nuestras cuatro patas andando de aquí pa’lla. Y ladramos hasta que a Káiser le cayó una patada de esas que dan los amos para hacer cumplir una orden... Nos callamos.


LA PELEA:

No pasó mucho rato cuando empezamos a sentir un gran ruido que venía de lejos. Ruido humano. Que dolía y provocaba rabia. Y que respondimos con desesperados ladridos. Y de todo ese gran alborotó que empezó esa noche, una palabra humana se me ha quedado grabada. Palabra que muchas veces ha sido gritada y que hoy repito como algo familiar (aunque los humanos ya no quieren decirla más):
¡INVASION, INVASION... INVASIOOON! ¡Pfii... Pffiiii... Pfii! ... ¡¡¡INVASION!!!

No sé en qué momento empezaron los golpes, porque apenas cayó una piedra sobre la estera de mi ama, corrí hacia lo oscuro y empecé a ladrar. Mi amo y los demás amos corrieron con palos y piedras. Y se fueron hacia donde se hacían tantos gritos.

Nunca podré olvidar que esa noche el olor a miedo se mezcló con olor a sangre y el polvo cegó mis ojos, mientras yo abría al máximo mis cuatro patas y sin moverme del sitio aquel, ladraba con todas mis fuerzas. Fue la segunda vez que me oriné sin quererlo.

Pero nadies nos botó de la pampa...

Cuando el sol salió, yo dormía bajo una estera curvada, junto a mi amo y Lucía. Por todos lados había esteras y humanos durmiendo. Me levanté, sacudí mi lomo y empecé a buscar comida. El frío me obligaba a orinar y me fui a buscar un sitio, lejos de las patadas y las piedras de los humanos. Frente al montón de esteras había un cerrito de piedras largo y redondo. Decidí subir para mear y ya estando arriba pude ver que no éramos pocos. Había muchas, muchísimas esteras. Y más allá había unas casas grandes; bien coloridas y llenas de perros que ladraban duro, no de hambre, cuidando su territorio más bien.  Más tarde aprendí, porque así lo escuche a los humanos, que esos eran los malos y nosotros los buenos. Y que ellos, los de las casas grandes, eran los que nos habían pegado y nos querían botar de aquí, porque para ellos nosotros éramos los malos y veníamos a traer maldad.

Yo, por mi parte, he aprendido que ellos viven en casas buenas y nosotros en casas malas. Y por eso no nos quieren. Somos como los perros chuscos y enfermos que todo el mundo patea... Pero... ¿por qué, si ellos tienen sus casas, no quieren que otros la tengan?... ¿qué habrá sido de la casa del amo?... creo que de verdad no era suya...Así como los perros tenemos dueño, las casas también tienen dueño... pero, ¿por qué estos humanos no dejan que otro se agarre al perro sin dueño?...

Un día empecé a entender las cosas. Alguien vino a decir en mi presencia que estas pampas tenían dueño. Y ese humano venía a reclamarlo con muchos hombres más. Hombres malos porque les olimos maldad. Ahí me vinieron otras dudas: ¿Por qué, si estas pampas dicen que tiene dueño, no vive nadie aquí?... ¿Para qué necesita un humano una casa tan grande?

Yo sé que nadie me pudo contestar estas cosas nunca, porque esran palabras que con mucho dolor y mucha rabia le hablaba mi amo a su pareja Lucía. Y el mismo decía que esto era inexplicable, que no podía hallar respuesta para tanta injusticia...

Ya teníamos muebles en el terreno, y hasta mi trapo había traído el amo Liborio. En algunas casas había muchos niños, y llegaron tres perros más. Además de Panta, Káiser y yo, en la pampa estaban en ese tiempo: Chucho, Nina y Jazmín. A Conan lo vimos en la mañana de aquella noche larga, pero no lo considerábamos de la pampa todavía. Y ni siquiera se llamaba Conan aún. Ese nombre se lo pusieron mucho tiempo después.

Pero, lo que a veces no quiero acordarme, porque me da mucho miedo hacerlo, es lo que ocurrió una tarde, muchos días después de la invasión, cuando llegaron muchos hombres con palos, fierros, cuchillos; carros grandes y carros chicos, y mucho olor a odio. Esa tarde, los amos de la pampa también traían odio. Y se pusieron frente a frente con palos, fierros, cuchillos y piedras; malas palabras y rugiendo mucho, como cuando se ponen frente a frente dos perros malos.

Ese día es otro de los muchos que no he podido olvidar desde que vine a vivir en estas pampas. Aún puedo verme. Corría de un lugar a otro, ladrando con miedo, fue todo muy rápido, parecido a lo de la primera noche, peor todavía. Piedras, gritos y humanos caídos en el suelo, golpeándose y mordiéndose como perros espumados. Y luego el ruido y el fuego que me asustó... Estos hombres venían a romperlo todo. Y hasta un cachorro de humano vi tirado, mientras su madre gritaba desesperada, mirando hacia arriba con agua en los ojos.

Cuando la oscuridad fue más grande, ya los hombres malos se habían ido. Y mucha gente de la pampa también. Sólo quedaron algunas esteras y muchos humanos llorando. Yo buscaba a mi amo. Buscaba a Lucía, a Panta, mi perrita. Buscaba un olor conocido, alguien a quien mover la cola y sobarme de miedo. Me subí al cerro para ladrar y aullar, y fue cuando vi a Lucía que jalaba una  estera y a mi amo Liborio, cargando una cocina para hacer comida. Corrí como loco y ellos me recibieron como aun humano más... Fui muy feliz en esos momentos...


DE AA.HH. A URBANIZACION.

Desde ese día la pampa empezó a crecer para arriba. Y después de un gran tiempo las casas empezaron a parecerse a las que se veían desde el cerrito. Sólo que había un odio que nunca dejó de ser olido por nosotros.

Ya no nos decían invasión, porque en realidad eran los de afuera los que nos decían invasión, esa palabra les sonaba feo a los amitos de la pampa, y a mi me daba miedo. Desde el comienzo ellos le pusieron Asentamiento Humano “Santa Rosa”, y algunos humanos y humanas jóvenes ya ni siquiera quieren decir asentamiento humano, ahora sólo le dicen a la pampa: Santa Rosa. 

En el tercer tiempo de frío, en la pampa los perros éramos algo más de cincuenta en todo el lugar. Era más común ya ver a Conan. Y lo que empezó a bastantear, después del tercer tiempo de calor cosquilleante, fueron los cachorritos. ¡Mucho macho había!

A panta siempre se la querían agarrar los perros. En el primer año fue sólo mía, pero en los otros tiempos de tibieza arrechante fue de otros dos perros más. La falta de hembras hizo que nos pusiéramos bravos. También hizo que nos pusiéramos bravos el vivir y dormir en las puertas de las casas, la poca comida, el odio de los humanos del “otro lado” y las continuas peleas que teníamos, incitados por los niños y los adultos reilones que les gusta jalar la cola y tirar patadas y hacernos molestar todo el tiempo. 

En la pampa, los humanos conversaban mucho, aunque comían poco y dormían tanto como perro viejo; parecían ser más felices que los del otro lado y siempre andaban con su botella en la mano; porque, como nosotros los perros, se querían más cuando más sufrían.

Todo lo que vi lo recuerdo y lo puedo contar. Aprendí muchas cosas buenas y muchas cosas malas. Aprendí a defender a los niños humanos y a nunca ladrarles. Y aprendí también a robar gallinas y a comerme los huevos de los gallineros. Nunca fui malo con la amita Lucía, a pesar de los golpes que recibí. Pero también aprendí a morder a traición a todo aquel que quería cruzar la pampa y no oliera a humano de asentamiento... a perro de invasión.

Algo que nunca aprendí es a levantar la patita y a cruzar pistas con muchos carros.

Por eso nunca salí de la pampa y por eso miraba el otro lado desde el cerrito, pensando qué cosa sería vivir como perro de casa grande y no como perro de invasión.

Ahora que seguramente voy a terminar como Conan, vuelvo a recordar a Piltrafa, el afgano del amo Pérez. Un día apareció en la pampa. Era cachorro y se había perdido. El amo Pérez lo cogió, le puso Piltrafa por lo flaco que estaba y lo crió. Pudo facilmente ser del otro lado, rico, gordo, ladrando de gusto, no de hambre, y acabó sintiéndose uno de nosotros. Esa vez a nadie le interesó que fuera fino o que valiera mucho o que se parara bien. Aquí los perros sólo han servido para dos cosas: para cuidar a los amos y para hacerles compañía. Y cuando aprendí eso, prometí repetírmelo antes de la muerte.

Yo siempre he sido un perro muy común, pero esta vida de perros me ha dejado muchas huellas y enseñanzas, y de todas, la cosa más importante que he descubierto ladrando a los cuatro vientos es que, en la igualdad está la felicidad y no en la odiosa diferencia. Y nosotros, perros de invasión y todo, despreciados por todo el mundo y maltratados, cuando nos olíamos uno al otro, movíamos la cola y nos sentíamos iguales; pequeño, grande, blanco, negro, peludo, lampiño, todos, a pesar del odio humano, ladrando juntos, fuimos felices, todos fuimos como hermanos...

...Pero los humanos... ello sí que eran animales muy tristes...          

    
      

     

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