viernes, 26 de octubre de 2012

TRAVESIA DE LA SEMILLA

En la sierra andina del Callejón de Huaylas, en el Perú, allá por el árido mes de agosto, en la segunda época, después del Hunu Pachacuti, andaba una semilla de maíz recorriendo valles y montañas con su pequeña varilla mágica que le había dado tayta Inti para encontrar su destino.

Venía de Ayak’uchu, donde no pudo encontrar campo fértil, sino únicamente la violencia de la tierra. Había bajado a la costa pero sólo encontró arenales y más arenales, el desprecio de la sal y el soplido frío del mar. 

En la selva casi se pudre porque había mucha agua y ya estaba cansada de tanto andar y de sentir tan pegado al cuerpo el insoportable calor. 

Entonces, cuando pensaba depositarse en cualquier lugar húmedo y fresco, para seguir viviendo o morir, encontró una semilla de papa, acompañada de un pequeño grano de kiwicha, que también andaban en peregrinación buscando un lugar para depositarse. 

En esa época, de los orígenes de las cosas del mundo, las semillas eran diferentes a las que tenemos ahora y además no se conocían mucho, porque no viajaban.  
La semilla de papa al ver a la semilla de maíz le preguntó a dónde iba: "busco un lugar donde crecer", le dijo. Y las dos semillas viajeras le contaron al pequeño grano de maíz que ellas se dirigían a un lugar llamado Ccosco y que si quería podía venir. “Allí la tierra es buena y los hombres han comenzado a mejorar nuestras condiciones de vida; ya no dependemos de la lluvia”, dijo la pequeña Kiwicha. “Sí, y encima nos echan abono”, añadió la informe bolita de papa.

Así fue, y se dirigieron al Ccosco. En el camino encontraron a muchas semillas más que, como ellas también, iban en peregrinación buscando buena tierra, agua y alimento.

En su viaje a la tierra deseada descubrieron además las manos hábiles del agricultor, que acariciaba sus cuerpos, los protegía, alimentaba y extraía sus frutos con respeto y consideración.

Muy pronto el hombre hizo alianza con más semillas, ya no sólo en el Ccosco, también en la costa, y en las zonas andinas. De todas partes salieron de su milenario encierro e injusta marginación semillas de calabaza, frijol, cañihua, tomate, pallar, ají, quinua, oca, camote y otras tantas que recorrieron kilómetros de kilómetros para dejarse conocer. 

Fue la revolución de las semillas. Y el hombre se benefició, no sólo por escuchar sus propios requerimientos y necesidades, sino además por saber escuchar a la naturaleza y hacer productiva alianza con lo que ésta tenía que ofrecer.

Así, en los últimos días lluviosos de marzo, los hombres de una comunidad andina pudieron ver a la semillita de maíz crecer hasta el cielo, en un chacra arada por sus propias manos, y mientras otras semillas más crecían, pudieron dedicarse a fructificar la simiente de sus hembras, reunirse a contar historias y a dejar sus huellas en el barro y la piedra, asentándose por siempre a un costado de la prodigiosa siembra.

En el mes de junio, en un memorable reencuentro, las semillas de maíz, papa y kiwicha se reunieron en la mesa de una familia y escucharon ensimismados las palabras que hombres y mujeres de diferentes edades se decían, todas de agradecimiento, todas de gran esperanza, todas con fragor de tierra útil. 

Y fue feliz la vida porque halló el alimento permanente, seguro y renovable.

    

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