El hombre, ya hombre, pero
menos humano aún, deambula en bandas por las quebradas cálidas de las sierra
andina, persiguiendo frutos de estación y carne huidiza. De cuando en cuando
coge insectos a la mano y hurga las aguas por peces y moluscos.
Pero el hombre aún no se ha
encontrado con su palabra, aún no sabe rezar, y por ello seguramente es libre.
Y una mañana, se cruzan sonidos
en el aire, brotan sonidos del agua, corren sonidos por la pampa altoandina y
por los ríos raudos que bajan murmurando la buena nueva al oceano oscuro y
frío. Y el hombre descubre que cada cosa tiene un sonido en la tierra, aún la
roca cuando esta quieta tiene un sonido de avalancha en reposo, y cada roca
unida a cada roca, tienen un aura de bulliciosa quietud.
Así, de pronto en medio de la
nada surge una palabra, y el hombre se encuentra con el hombre; y surge otra
palabra, y el lenguaje se apropia del hombre y el hombre se apropia de la
vida.
Y de pronto el encuentro se
hace posible por la palabra, porque no somos nada de lo que somos sin ella.
El lenguaje nos ha creado y
nosotros hemos recreado la vida.
* del libro: ENCUENTROS
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