- A mí... mi mujer me pega.
- ¿Qué habrás hecho pues hombre?
Desde hace diez años, Lucho hace
todas las mañanas las mismas cosas que aprendió de su padre y del padre de su
padre y del padre de su padre de su padre. Y esto ocurre desde siempre, porque
la historia nos ha enseñado que desde los orígenes la mujer es superior al
hombre y por eso lo mantiene dominado.
Lucho se casó con Yovanna el 23 de
Julio de 1988, después de un breve romance, que en realidad si apenas se inició
por el embarazo de Lucho, que no supo cuidarse, a pesar que ya por entonces
había campañas de planificación familiar y contra el Sida. Pero en verdad, la
culpa fue compartida, porque Yovanna, sabiendo que Lucho estaba en sus días
fértiles, lo forzó a tener relaciones pidiéndole una “prueba de amor” y
amenazándole con dejarlo si no accedía a sus “requerimientos amorosos”.
El asunto es que la presión social,
la injerencia de las familias y el cariño que de alguna manera se tenían, los
llevó al matrimonio en medio de grandes celebraciones rituales: despedida de
solteros, matrimonio civil, boda religiosa y “Luna de Miel”.
Los primeros meses fueron de
reconocimiento; al año siguiente, con el bebe ya en casa (casa alquilada al
abuelo en Comas), aparecieron los primeros atisbos del problema, sin embargo
nadie le dio la importancia debida. A los tres años Yovanna se encontraba algo
consolidada en un trabajo que le consiguió su suegro y Lucho se había
convertido en un eficiente amo de casa.
Los verdaderos problemas empezaron
en la primavera del quinto año. Ya había una larga historia de intercambios
verbales y conatos de violencia y en medio de todo ello tres niños nacidos en
el marasmo de una relación que se mantuvo tirante por mucho tiempo, debido a
las sucesivas infidelidades y actitudes violentas de Yovanna y a los celos de
Lucho, que unidos a su ingenuidad y a un descuido casi total de su apariencia
física y de su condición intelectual dieron lugar al desprecio velado de
Yovanna que empezó a fijar los ojos en hombres más jóvenes y de mayor
belleza.
En el octavo año, Yovanna ya
golpeaba a Lucho con regularidad, en las ocasiones más disímiles: cuando éste le reclamaba por plata, cuando
éste la celaba, cuando éste no atendía los gustos de ella o cuando surgían conflictos
a causa de los niños, cuando Yovanna venía borracha o cuando Lucho no quería
simplemente fornicar y le reclamaba amor. E incluso, una vez le pegó porque él
le sugirió tener sexo recreativo, con poses y todo, y ella le contestó que, por
qué le pedía esas cosas, que era un puto, un enfermo, un cualquiera, qué sabe
dios con quien se estaba metiendo y se imaginó existir una mujer que le estaba
enseñado esas cosas. Desde ese día los golpes fueron más contínuos y más
fuertes y Yovanna empezó a mirar a Lucho con otros ojos, como alguien capaz de
pagarle con la misma moneda y ponerle cuernos el día menos pensado, si es que
no lo ha hecho ya.
Por eso vino a visitarlo Pablo ayer,
porque la noche anterior había recibido una de las mayores golpizas y él ya
estaba harto. Pero no supo encontrar otro apoyo de su amigo que la consabida
pregunta ¿qué habrás hecho pues? Pregunta que encierra una justificación a la
violencia y denota un espíritu hembrista que acepta esa supuesta superioridad
de la mujer sobre el hombre. Pablo solía ser un eficiente apaciguador de los
males de Lucho, con su filosofía -común a muchos hombres- de la resignación y
aceptación del mal como un hecho inevitable, que encubría estoicamente con un
benevolente pedido de comprensión a la mujer por su condición de tal, aún ante
situaciones tan extremas como la infidelidad o la propia violencia. La política
de Pablo -y de muchos hombres- era la de los hechos consumados, la leche
derramada sobre la cual no vale la pena llorar y únicamente tirar para
adelante.
Y
Lucho siempre le hizo caso porque, en su no tan singular argumentación
justificatoria: ya se estaba poniendo viejo, tenía tres hijos que atender, “no
sabía trabajar en nada” y no podía vivir sin la presencia de una mujer y por
último que irían a decir los demás. En suma, para Lucho valía la pena sufrir,
pues como consuelo final siempre pensaba, ya con los años se le pasará, la
vejez la cambiará. Después de todo -añadía- me pudo haber tocado una peor
mujer.
Y así se mantuvo este matrimonio,
como una dictadura, como una organización vertical manejada a punta de “palo,
puño y bofeta”. Para todos los vecinos eran la pareja más feliz, aunque en
privado los chismosos se contasen escandalizados las incontables golpizas del
pobre lucho que, por cierto preparaba muy rico el cebiche y el arroz con pollo
y era el más trabajador en las actividades del barrio, polladas, anticuchadas,
cuyadas, etc. Aunque no participaba del club de madres porque para Yovanna esa
era cosa de pobres y ellos dizque eran de clase media.
Pero su historia no termina aquí,
como si se tratase acerca de un cuentito de un pernito que no puede encajar en
la tuerca y a punta de limarlo y forzarlo termina entrando para encajar
permanentemente en ella y así tuerquita y pernito son felices. No, esta es
historia de Humanos y aquí las limadas duelen.
Por eso, la historia continúa
treinta años después de la primera bofetada que Yovanna diera a Lucho.
Sofía,
la hija de Lucho y Yovanna, también pega constantemente a su marido y el hijo
de Lucho y Yovanna: Manuel, es maltratado por su mujer y el pobre, de vez en
cuando se reúne con su amigo José para decirle: “A mí, mi mujer me pega”, y su
amigo le responde: “¿Qué habrás hecho pues?”.
Pero aquí no termina el cuento,
porque El marido de Sofía, la abandonó por otra mujer, y Manuel se decidió, por
presión de sus hijos, a denuciar a su esposa ante la Comisaría de Hombres, y
ella acaba de ser citada a declarar ante el Juez de Familia.
En fin, podría contar y contar y ser ésta una
historia de nunca acabar, pero sólo he querido narrar la experiencia de
familias como las de ustedes en las que ocurren problemas de este tipo muchas
más veces de lo imaginado. Los hijos de Sofía y los hijos de Manuel fueron mis
alumnos, por eso sé todo lo que pasó. Yo mismo he vivido en carne propia esa
experiencia, y lo digo sin temor a la vergüenza, a mí me pegaba mi mujer, pero
cuando se lo conté a un amigo él no me respondió con la eterna pregunta: ¿que
habrás hecho pues?, sino con otra que me obligó a ponerme de pie y caminar:
¿Por qué no has hecho nada pues?... Y aquí me tienen dándoles esta charla y
tratando de ser feliz por mi mismo. Finalmente el tema no es sólo acerca de la
violencia, del amor, del matrimonio, o de la discriminación, es acerca de la
humanidad y de aprender a valorar y tener un mínimo de respeto por el otro, sea
hombre, mujer, niño, anciano u homosexual. Gracias a todos por venir... ¿alguna
pregunta?
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