UNO
En el año del señor de mil novecientos treinta y siete,
durante el gobierno del General Oscar R. Benavides, contrajeron matrimonio en
esta Ciudad de los Reyes, Don Elvio Arnulfo Ponce y Sanginés y Doña María
Esther de Castillejo y Márquez-Talledo, él de treintiún años y ella de
veinticuatro, ambos integrantes de algunas de
las mejores familias de Lima.
Luego de realizado el solemne acto se realizó una gran
fiesta de esas que la ciudad comenta tres semanas seguidas, y al amanecer los
felices cónyuges, entre parabienes y buenos augurios partieron al Callao, a
embarcarse en el recién construido "Madre de Dios", con rumbo al
departamento de Ica, donde buscarían pasar una inolvidable "Luna de
miel" en las agradables y tan saludables aguas del oasis "La
Huacachina", para luego pasar a la vecina hacienda "El Páramo", de propiedad de
la familia de Elvio Arnulfo. "¿Para qué Europa? -dijo María- si lo que
quiero es estar con mi marido y no ver ciudades y monumentos que ya conozco".
Lo cual fue tomado por todos como una prueba de que había verdadero amor en la
pareja (exceptio veritatis est).
Y esos días realmente fueron inolvidables porque no
habiendo transcurrido ni una semana de la "sacrosanta liturgia del
himeneo" y cuando aún quedaba en la memoria de la sociedad limeña el
recuerdo de la gran fiesta matrimonial, la flamante esposa retornó a la
capital, y ni bien puso pies en tierra, corrió a ver a su confesor y tío, para
solicitarle que disponga con brevedad los trámites para la disolución del
vínculo matrimonial, no sin antes dejarle saber casi todas las razones
escandalosas de su infausta decisión.
Como era de esperarse, el viejo curita le negó toda
posibilidad de obtener la nulidad del matrimonio, a pesar de los argumentos
planteados y del poder que tenía tras suyo la infortunada esposa, pues,
como ya hemos dicho, provenía de una de las mejores familias del país. Sin
embargo, el cura le dejó saber que, para cerciorarse de lo dicho, podía acudir
directamente al Arzobispado y oir las razones de boca del mismo Arzobispo.
Así, el asunto se llevó a mayores por la insistencia de la
dama frustrada y, contra la opinión escandalizada de la familia de los cónyuges
y venciendo su temor a la vergüenza pública, finalmente llegó a iniciarse un
proceso de nulidad del vínculo matrimonial, realizado directamente y con la
mayor reserva ante la curia arzobispal, aduciendo la demandante para tal
efecto, no haberse producido la consumación del matrimonio por impedimento del
varón demandado, pues según lo que se había informado Doña María, y lo que
señalaban las normas civiles y canónicas, el matrimonio se consumaba con la
unión carnal del hombre y la mujer en el tálamo nupcial o, para mencionarlo de
un modo directo, la penetración del pene del marido dentro del conducto vaginal
de la mujer; y para los efectos, la demandante juraba nunca haberse realizado
tal penetración de las carnes de su marido en su vientre, y que éste se encontraba, a pesar del daño
hecho, aún inmaculado para las leyes de Dios y de los hombres.
Este argumento, por supuesto, fue negado por Don Elvio
Arnulfo, quien, sobreponiéndose al bochorno inicial, y por patrocinio de un
prestigioso abogado, señaló haber "cumplido con sus deberes de varón y
haber entregado su natural con tanto amor como pasión a su esposa, la cual sólo
intentaba engañar a la iglesia, por no se sabe qué fines ocultos".
Y es que, al respecto Doña María Esther tenía un argumento
algo extraño, pero a su parecer, contundente, para demostrar la inexistencia de
la consumación y más bien la afrenta sufrida: Su marido en realidad
nunca había logrado tocar con sus carnes la cavidad vaginal (y hasta ese
momento dizque virginal) de su esposa, pues había hecho uso de un artefacto
anormal para la naturaleza que el supremo no había brindado; don Elvio había
usado un simple y vulgar condón (pero de los gruesos y ásperos de antes, que se
fabricaban en Inglaterra con latex de la India), que un amigo le trajo de Europa; lo cual colocaba una barrera, no
prevista nunca antes ni por Dios ni por la Iglesia, para la consumación del matrimonio.
Como era de esperarse, el caso, del que ningún distinguido
miembro de la sociedad limeña hablaba, pero que fue conocido burlonamente en círculos abogadiles, como el caso del "condón celestial", quedó
archivado, a falta de leyes claras, y para evitar escándalos mayores que
terminaran desprestigiando a la "gente decente" y a la Iglesia.
Y el matrimonio, al menos en el papel, se mantuvo; eso sí,
cada uno durmiendo en cuartos separados, y el caso quedó en el aparente olvido.
Hasta que algún Papa, gracias a éste y otros expedientes de penetraciones
encapuchadas y frustradas consumaciones decidió modificar el Código Canónico
para considerar tales efectos, pero negando a sus sacrosantas líneas esa palabra
llanísima y enfadosa: condón, así como sus ingeniosos equivalentes: capucha,
preservativo, profiláctico, jebe, poncho y tantos más. Diciendo las cosas de
tal manera que no se dijera nada y al mismo tiempo se dijera todo.
Respecto a la historia, pasó que, como todo se llega a
saber sobre la tierra y bajo el cielo en estos feudos de Dios, ésta se filtró
entre la opinión pública (sin "prensa libre" por entonces), sobre
todo entre esa gente a la que le gusta opinar de todo, hasta de lo que no sabe nada;
y en torno a ella se tejieron un sinnúmero de cuentos que hacían burla de esta
pareja tan singular. El cuento que más difusión obtuvo entre el populacho
socarrón fue el del "pajarito de Don Elvio", que haciendo alusión a
una supuesta limitación natural de Elvio Arnulfo hasta generó una tonadilla con
la música de una canción muy popular de época.
El pajarito de Don Elvio
vuelo no pudo emprender
porque se ahogó en la huacachina
de la tremenda María Esther
Y resultó pues que, como ya lo intuía el pueblo, lo del
condón no fue sino tan sólo una tinterillada. Lo que nunca se hizo público es
que, en realidad Don Elvio Arnulfo Ponce y Sanginés jamás usó condón, lo que
penetró en María, en medio de una noche sin luna, fue una prótesis colocada
sobre el diminuto muñón que hacía las veces del pene de Don Elvio, el cual, dijo
él, tuvo que ser cercenado después de haber contraído una rara enfermedad infecciosas
en un burdel de la calle Guatica, enfermedad ésta de la que sólo después del
matrimonio dejó saber a su mujer. Doña María Esther de Castillejo y
Márquez-Talledo, al darse cuenta, o mejor dicho sentir el duro aparato, lo rechazó
escandalizada, porque le resultaba antinatural, "una
cosa del demonio", y porque finalmente (y lo más importante además), en el
acto de penetración este aparatejo le producía un doloroso rozamiento que le
ulceraba la vagina y le evitaba sentir ese placer que un anterior romance le
había enseñado (placer que incluía las formas más imaginativas de apareamiento:
felatio, cunilingus, sexo anal, y más de veinte posiciones, pero nunca objetos
artificiales, bueno, al menos no reemplazando el pene).
Y resultó que ambos, pero sobre todo María, coincidieron después de todo en que una relación tan anormal, sin pene y sin sexo, no valía la pena mantener.
Y resultó que ambos, pero sobre todo María, coincidieron después de todo en que una relación tan anormal, sin pene y sin sexo, no valía la pena mantener.
Pero aparentaron, como Dios manda aparentaron.
Años más tarde se supo a través de un breve obituario y una escueta nota de prensa, que Don Elvio, cuyos modales escandalosos y una rara afición por los muchachos era mal vista en la sociedad, falleció de una “penosa enfermedad”.
Años más tarde se supo a través de un breve obituario y una escueta nota de prensa, que Don Elvio, cuyos modales escandalosos y una rara afición por los muchachos era mal vista en la sociedad, falleció de una “penosa enfermedad”.
Seis meses después
de quedar viuda, Doña María Esther se
decidió a contraer nuevas nupcias, esta vez sólo por matrimonio civil, con el
hombre que desde hacía cinco años era su amante y su protegido, un caballero
empobrecido por el juego y la bebida que antes y después la penetró hasta el
cansancio, sobre la cama o fuera de ella, haciéndole conocer placeres
impensados, para morir luego de transcurridos diez años, en una riña de
borrachos, dejándole a María como todo legado una disminución considerable de
su patrimonio, siete hijos mal comidos y a pesar de todo, el convencimiento que
“el condón, el consolador y cualquier
otro fetiche son cosa del demonio y que la mujer además de haber sido creada
para dar placer y procrear, también está sobre la tierra para sentirlo sobre y
bajo su piel, pero en forma natural”.
DOS
Una fría tarde del mes de agosto del año 1995, buscando un
expediente en el Archivo Histórico del Arzobispado de Lima, María Esther Torres
Sánchez, abogada, hija de un policía retirado y de una ama de casa que alguna
vez fue maestra, recibió por error de numeración el paquete que contenía los
recaudos del caso de Nulidad de Matrimonio de don Elvio Arnulfo Ponce y Sanginés y Doña María Esther
de Castillejo y Márquez-Talledo, o para decirlo en palabras fáciles, el caso
del "Condón Celestial". Y en lugar de regresarlo, María Esther
decidió echarle una mirada por pura curiosidad.
Grande fue su sorpresa al descubrir el contenido de lo que
tenía entre manos. Hacía tiempo que estaba buscando un tema para su tesis de
maestría en derechos humanos, que no sólo fuera interesante, sino que además
resaltara el protagonismo de la mujer en nuestra sociedad, y creyó al fin tener
ante sus ojos el tan ansiado tema.
Esto además porque, un mes atrás publicó en una revista
feminista, un artículo titulado "La mujer y su derecho al placer", en
el cual desarrollaba la tesis que una de las armas más poderosas de la mujer en
su lucha por la igualdad y contra la discriminación de esta sociedad sexista,
consistía en el reconocimiento de su cuerpo no únicamente como una máquina
reproductora, sino además como una fuente de placer, libre para optar por una
sexualidad sin prejuicios, temores y culpas.
Y en ese sentido, pasar de ente pasivo a ente activo en la
relación sexual con el hombre, no sólo le daría una nueva visión del mundo a
ella sino también al hombre, que tendría que aceptar finalmente que una mujer
necesita ser atendida en todas sus necesidades, que van más allá de un estar
dispuesta siempre para su pareja.
Contenta por el hallazgo que no buscó, María Esther, que no
era muy creyente, consideró seriamente estar frente a un auténtico milagro o
una gran coincidencia, "y que todavía se llame como yo la doña... es
increíble", se dijo mientras miraba el expediente con fascinación.
Después de pagar por las fotocopias de los documentos más
importantes (a los que apenas accedió por su exiguo capital), y tomar tantas notas como le permitió el
horario del archivo, María Esther salió a la calle contenta, iluminada por un
torrente de adrenalina y creyendo tener un tesoro entre manos. Por supuesto, no
le importó la particularidad del caso, ni lo poco que pudo obtener sobre su
valor histórico o jurídico, o la escasa trascendencia que éste tuvo más allá de
su época, lo único que veían sus ojos era que la dama que tenía su nombre
encajaba perfectamente en su tesis reivindicacionista y por ello se dispuso a
seguir adelante.
Una semana después tenía trazado un esquema, que convertía
a Doña María Esther de Castillejo y Márquez-Talledo en una heroína que luchó
por su derecho a ser escuchada y atendida en sus requerimientos, a pesar de los
prejuicios y demás obstáculos de la época. Todo ello podía encajar sin duda
como fuente en una tesis sobre los derechos humanos de la mujer, pero había un
detalle que podría perjudicar la investigación o quizás terminaría en una
coincidencia feliz más... Doña María Esther podría estar viva y quizás tuviera
entonces ochenta y dos años aproximadamente.
Pero, la pregunta era ¿para qué buscarla?, y la respuesta
fue ¿por qué no buscarla? pues, sí por último se encontraba viva, lo peor que
podía ocurrir es que la viejita le cerrara la puerta en las narices a la
combativa bachiller,
Pero no fue así, porque por más que hizo no dio con su
paradero y se decidió a seguir con la investigación pues su tenacidad era sólo
comparable con la mía. Para ello falseo algunos datos, enriqueció unos pocos,
recorrió varias bibliotecas, especialmente de ONGs y movimientos feministas,
consultó con especialistas: abogadas, psicólogas, historiadoras y curas.
Ocho meses después de iniciada la investigación María
Esther ya la había sustentado y obtenido la maestría con una felicitación por
lo novedoso del tema y el aporte de su trabajo al conocimiento y difusión de
los derechos humanos, en particular respecto a los derechos de la mujer y... en
fin, todo ese montón de retórica intrascendente de que están llenos los
discursos y resoluciones de los catedráticos que, con un plumazo envían las
investigaciones a los depósitos donde se las guarda bajo siete llaves y en
donde, en la mayoría de los casos no terminan sirviendo para nada más que darle
a su autor un título universitario y la posibilidad de adquirir un mejor status
socio económico, o sirven también para que otro se la copie. Pero con la tesis
de María Esther no fue así, porque al año siguiente en un evento cultural
organizado por el Movimiento Feminista "Lucy Smith", se presentó al
público la investigación, en una pulcra edición que incluía fotos de época y
hasta las supuestas imágenes de la pareja en concurrido evento social en algún
lugar de Lima.
En la presentación y en el libro se llegó a decir muchas
más cosas de las que contaba el expediente e incluso se engrandeció
artificiosamente la figura de doña María Esther, de quien se dijo fue una mujer
de mundo que animó las tertulias limeñas de mediados de siglo y viajó mucho,
luchando en forma anónima por los derechos de las minorías y los sectores
discriminados, muriendo en 1979 en París.
Tres artículos más y algunos comentarios en diarios y
revistas cerraron el círculo en torno a esta obra de carácter
"científico" que brindó a María Esther un puesto de asesora legal en
la Defensoría de la Mujer ubicada en la Comisaría de Mujeres de Lima, a
espaldas del Palacio de Justicia.
Y estando allí, ya firmemente instalada, un día le llegó
una demanda judicial por una querella que se le había entablado por supuesta
difamación. Ella pensó, "seguramente es alguno de esos maridos que por
venganza se la agarran con la abogada", pero enorme, realmente inmensa fue
su sorpresa al leer el nombre de la demandante: María Esther de Castillejo y
Márquez-Talledo.
Al día siguiente, por extraña coincidencia, toda la prensa
amarilla trataba el caso, y los que no se dicen amarillos, le daban su toque
anaranjado en páginas interiores. Titulares como: "Abuelita que inauguró condón se queja por difamación";
"Abuela pituca demanda abogada por libro que le tira barro" o, "Abuelita
demanda feminista por sacarle trapitos al sol", levantaron la noticia y llevaron el asunto a los niveles
más bajos, generando un tremendo festín para los medios, que vieron en el tema
una de esas tantas minitas de oro que se le presentan o que inventa el seudo
periodismo, amarillista, prostituido y envilecido al máximo. En este trance, las
feministas, que se sintieron aludidas por el maltrato a su compañera,
pretendieron también sacar su tajada promocional.
Bajo tales circunstancias, y estando en mi trabajo como
redactor de noticias y periodista de investigación del noticiero "Buenos
Días a Todos" de Americana Televisión, un día cualquiera que trajinando
por los pasillos del canal, me dirigía al ascensor, me abordó un señor que me
preguntó por el Director o el Productor del noticiero, diciéndome que tenía una
gran historia. Yo, con esa intuición de periodista le dije que era el asistente
del productor, que ninguno de los que él buscaba se encontraba en ese momento
allí y que, si deseaba podía contarme la historia que yo le diría si podría
divulgarse en cámaras o no.
Y me dijo que era abogado y que él, allá por la década del
treinta fue practicante del Estudio del Dr. Echecopar padre, que fue
precisamente el que se encargó de la defensa de don Elvio Arnulfo Ponce y
Sanginés, consiguiendo archivar el proceso. El Dr. Enrique Verástegui, que así
decía y gustaba llamarse el tipo que me abordó, empezó entonces a contarme una
historia alucinante, una tragicomedia con ribetes sexuales, que es precisamente
la que he narrado en la primera parte, y dijo además estar dispuesto a
declararlo todo en cámaras, sin duda buscando algo más que la verdad, no la que
estaba en el expediente, sino "la verdad".
Yo le dije entonces que me dejara su teléfono para llamarlo
en cuanto le comunicase lo dicho al productor y al director del programa... Eso
fue ayer y les juro que hasta este momento no me animo a contárselo a mi jefe,
porque por alguna maldita coincidencia resulta que esa vieja del condón vendría
a ser mi abuela y yo, Manuel Panizo Marquez-Talledo soy nieto de María Esther
de Castillejo y Márquez-Talledo. Y mi duda además es porque, al final de
cuentas ésta podría ser una pendejada más de la prensa amarilla que le gusta
inventar historias o a lo mejor es cosa de Montesinos y sus "cortinas de
humo"... No sé, pero si es verdad el programa se está perdiendo una gran
primicia, porque el tipo derepente se va a la competencia y nos jodimos (y me
jodo también porque si en el canal se enteran me despiden).
Lo
cierto es que hoy, después de haber investigado un poco, para desahogarme del
fastidio que me provoca tanta basura, acabo de escribir esta historia que no
espero se publique porque quién sabe no sea verdad, aunque en esta profesión la
verdad no importe realmente mucho, sólo cuenta que, quien lo lea, escuche o vea
esté dispuesto a creerte y a pagar por ello (y por último no importa que no te
crean si terminan pagando tu producto)... Por otro lado, lo pueden tomar por
literatura, y dejar de ser una vulgar mentira, para convertirse en una elegante
mentira. (Un profe en la U. de Lima nos decía que no importa lo que vendas, si
lo envuelves en un bonito envase la gente siempre querrá comprarlo).
Ahora,
estoy en mi cuarto, con el recuerdo de mi madre muerta y mi padre en
Argentina... esta noche voy a leer un cuento de Borges para dormirme más rápido...
TRES
Hoy me levante con ganas de mandar todo a la mierda...
Anoche después de arrojar a Borges al tacho prendí la TV y me puse a ver a
Bayly conversando con Coco Marusix y pensé: qué tienen estos cojudos (o debo
decir cojudas) que no tenga yo. ¿Por qué un tipo como yo que trabaja en la
televisión, que ha estudiado en la Universidad de Lima, que estuvo en San Marcos y en la
San Martín; que es bien "patero", que lee como cancha y que escribe
regular, no puede ser famoso también?, y en medio de la noche se prendió un
foquito dentro de mi cerebro que me dijo: lánzate compadre, es tu oportunidad.
Y he decidido poner en movimiento un plan que me va a dar
notoriedad y que incluso me va a permitir publicar un libro. Entonces llamo a Percy, el productor del
programa y me pongo de acuerdo.
- Aló, ¿Percy Delgado por favor?
- No se encuentra señor, ¿algún
encargo?
- No gra...
bueno, le dice por favor que llamó Manuel Panizo, gracias... lo voy a llamar a
su celular............................, ¡Alo!, ¿Percy Delgado?... que tal cómo
estás... te habla Manuel Panizo... Percy, necesito hablar urgente contigo, se
trata de una primicia... sí, un tipo que me ha contactado... cuando te puedo
ver... sí, está bien... a las diez, ya, nos vemos, chau.
Mientras me cambio para acudir a la cita me conecto a la
"caja boba" y a pesar que tengo "cable", me pongo a mirar
el noticiero del cuatro -que es más divertido- y de pronto están allí, en plena
entrevista con la flaca cucufata, el abogado de mi supuesta abuela y la
feminista demandada... no importa -me digo- yo tengo la carta bajo la manga,
que ellos levanten la noticia que yo le daré la última estocada.
Y cuando estoy por salir, de pronto una llamada, corro a
contestar pensando que es Percy quien, como es su costumbre, va a cambiar en el
último momento la hora de la cita concertada. Pero no, es mi tía Magda, la que
vive en La Molina, que me pregunta con voz alterada: Manuelito ¿Has visto lo
que pasaron en el canal cuatro?... ¿Qué cosa tía?... Hijito, un pleito que está
embarrando a nuestra familia... Sí tía ya estoy enterado... ¡Manuelito es
urgente que vengas, tenemos que hacer algo contra esta situación
vergonzante!... ahora no puedo tía, en la tarde voy por tu casa.
Llego diez para la diez al canal y la secretaria me dice
que José, el director, quiere verme urgente. Y ni bien voy entrando a la
oficina de mi jefe, una retahíla de insultos, todos subidos de tono, me
reciben:
- ¡Oye huevón de mierda quién chucha te da derecho a
guardarte una noticia, acabas de jodernos porque el tipo que vino ayer y habló
contigo me acaba de llamar para burlarse en mi cara y decirme que somos unos
ineficientes porque no hemos sabido aprovechar una primicia y que esta noche lo
va a recibir Hildebrandt.... ¿Sabes qué compadre? no sirves para este negocio,
así que coge tus cosas y lárgate, yo voy a conversar con Percy para que te
pague lo que te debe, por favor retírate!
- José, pero
déjame explicarte...
- ¡Qué mierda vas a decir si ya la cagaste!
- Es que esa vieja del condón es mi abuelita...
- ( )
- Y me demoré porque pensaba reunir más información con mi
familia y entrevistar a ese doctor Enrique Verástegui, pero no para Buenos Días
sino para Panorama..
- ¿Entrevistarlo tú mismo?
- Ese sería el trato y un puesto como reportero.
- Oye, ¿tú estás cojudo?
- Bueno José
pierdes una noticia pero ganas un reportaje.
- Y qué tengo que ver yo con Panorama, yo quería esa noticia
para Buenos Días.
- Para Buenos días te puedo conseguir a la familia, incluso
a mi abuelita, ¿Qué dices?
- ¿Ya hablaste con Percy?
- No, pero
si quieres se los puedes decir tú.
- ( )
- Qué me
dices
- No sé, bueno, déjame hablar con Percy, yo no te prometo
nada.
- Entonces
¿me llamas a mi casa?
- No,
este... ¿no tienes trabajo que hacer?
- Sí, pero
tu me acabas de botar.
- Bueno Manuel, tú no me habías dicho nada y por eso estaba
un poco ofuscado, además tú sabes cómo es este negocio... por qué no ayudas a
Susana en voltear esa noticia del Congreso mientras yo llamo a Percy, ¿Sí?
- Esta bien
José.
- Manuel...
- ¿Ah?
- nada,
nada, anda nomás...
A las diez y media de la mañana José me hace llamar a su
oficina donde también se encuentra Percy y me dan la buena noticia de aceptar
mi propuesta, con un abono especial si todo sale bien y se producen por lo
menos tres reportajes con buen raiting.
Estoy tan entusiasmado que de pronto se me han levantado
las plumas como un pavo real y no hago otra cosa que pasear por el estudio
mirando las cámaras, el telepronter y la escenografía, hasta que me despierto y
me doy cuenta que tengo que trabajar duro investigando y la primera cosa que se
me ocurre es pedir permiso e ir corriendo a casa de mi tía para informarme un
poco más sobre el asunto. Pero al llegar donde ella me doy con la sorpresa que
mi abuela en realidad está muerta y bien enterrada en "El Angel" y
que si bien la historia es, en términos generales cierta, todo lo demás de la
demanda y lo que se dijo en la entrevista es mentira de algún abogado
inescrupuloso o de algún periódico amarillo. "O estoy por creer -añade mi
tía- que esa misma señorita se ha autodemandado para elevar las ventas de su
libro".
Yo le digo a mi tía que todo es posible en estos tiempos en
Lima, y con las huellas del desaliento que me ha dejado su confesión le pido un
poco más de información acerca de su madre. Antes que se lo vuelva a repetir
corre a su cuarto a traer un viejo álbum de fotos y una caja con algunos
papeles corroídos por la polilla y las cucarachas. De entre las fotos le pido
dos en las que aparece mi abuela con su primer esposo y le pido además la
partida del segundo matrimonio de la madre de mi madre, y con ese botín y la
promesa de su pronta devolución, salgo de la casa, no sin antes haber comido el
rico locro con bistec que prepara todos los jueves mi tía Magda, una vieja
"pituca" venida a menos de las que hoy abundan en mi ciudad.
"Hijo -me dice antes de irme- espero que te encargues de desmentir toda
esa patraña que está embarrando el buen nombre de nuestra familia, porque yo sé
que eres un buen periodista... ¿no?.
En el camino de regreso al canal la confusión me ha
dominado y mil preguntas revuelan en mi cabeza: ¿Qué hacer? y un saludo de
pronto me vuelve a la realidad, es Saúl, un condiscípulo de la universidad que
trabaja como asistente de producción del programa de Mónica Chang, uno de esos
bodrios que algunos llaman talk show y otros reality show (y que mi jefe, poco
ingenioso, llama: "vómity shongo"). En ese momento su presencia me
resulta intrascendente, hasta fastidiosa, porque no me deja pensar; pero de
pronto sus palabras, que se cuelan en mi mente durante los vacíos en que me
alejo de la preocupación, comienzan a despertarme un interés súbito por una
idea que viene a mí como tabla de salvación, aunque en ese momento me resulta
difícil terminar aceptándola.
Resulta que Saúl es de esos patas que contactan
"jaladores de puntas" para los talk shows; esto es, tipos que por
encargo de Saúl, se encargan de contratar con cincuenta, cien o más soles,
según sea el caso, a hombres, mujeres, niños, ancianos, o cualquier otro individuo
que sea necesario para armar el programa, tanto en calidad de público como en
calidad de invitados. Y esa idea empieza a interesarme... Después de haberlo
pensado un par de cuadras le pido a mi amigo que nos bajemos en la esquina de
Petit Thouars para tomar un café y conversar sobre un negocito, a lo cual,
Saúl, acostumbrado ya a estos tratos furtivos, accede sonriente.
Es sábado y a primera hora he corrido al canal para
entregarle un video tape a Percy quien, después de ver mi material en compañía
de Mauricio, el productor de Panorama, llama para felicitarme y decirme que me
encargue de los siguientes dos reportajes, esta vez con la abogada María Esther
y con el Dr. Verástegui. Añadiendo que no me preocupe por los gastos y que pase
a su oficina a recoger un cheque por lo que le había pedido como adelanto. Y yo
sonrío feliz porque siento que al fin mi carrera empieza a despegar. Entonces
me acuerdo de mi familia que ya no está, de mi pobre tía Magda y de mi buen
nombre, y lanzándome una frase de engañoso consuelo al tiempo que transfiguro
mi sonrisa en una gran mueca de cinismo, me digo sin mucha convicción: total,
ya comprenderá.. y si no.. qué más da, primero es lo primero.
1995