viernes, 2 de septiembre de 2016

LA  LEVA 

 

El aire frío que a esa hora recorría la ciudad, contrastaba con el cielo azul y el sol brillante que dejaba en la gente una sensación de desasosiego, por lo extraño que resultaba que, en una tarde tan soleada, el ambiente se enfriara tanto. Era como si la noche hubiera llegado sin darse cuenta que el sol estaba todavía alumbrando, o era presagio de algo malo…
A esa hora los jóvenes salían a enamorar o a ver como otros enamoran, y cubiertos por las últimas luces se preparaban, entre charlas y paseos, para la noche. La plaza de armas y sus alrededores lo eran todo: era el cine, eran las tiendas, era la banca donde se podía esperar a la novia y era la iglesia a donde ir cuando la vida no marchaba muy bien. Y Huamanga de 1970 era un pueblo de jóvenes, también de cosas viejas y mucho anacronismo, pero lleno de jóvenes y de palabras fuertes.
Fue domingo, lleno de perfume y colorido, fue domingo de cine Cáceres o Municipal. No el Cavero, ése es para los “pituquitos”. Fue un domingo antes de la fiesta de carnaval. Iría a llover o… no sé por qué este frío…
De pronto la plaza fue rodeada por sus cuatro costados por grandes camiones rusos LA, del cuartel “Cabitos 51”. El Alférez Mortrich gritaba como loco, mientras, como una gran red, la tropa empezaba esa gran cacería que le llamaban “Leva”. El correteo era general y no faltaba el llanto de la enamorada o la amiga que creía no volver a ver más al desdichado. Al final de la operación, que no debía durar más de quince minutos, uno o dos camiones partían llenos con su carga humana, indocumentada y recién capturada.
Segundino Centeno fue uno de los que a empellones tuvo que subir al verde camión. Cuando llegó al cuartel no le preguntaron mucho porque no sabía hablar castellano, y su “quichua”, según el cabo Telésforo, era muy raro. –“Más bien parece quichua de la selva”- fue lo que dijo Iván Condori, y “Segondino”, que así decía llamarse, cuando no estuvo castigado, porque durante los primeros días intentó desertar y gritó mucho, se dedicó luego, con especial esmero, a  realizar labores de limpieza, a conocer el manejo del FAL, a marchar bonito y aprender a ser “civilizado”, porque se le obligó contestar en castellano, y a no “oler como serrano” (“el Segundino fue amansao, oe”).

Un día que pudo al fin comunicar sus sentimientos, no dijo nada, no quiso decir nada. Constantemente insultaba en “quichua”, pero como nadie le entendía se reían mucho y por eso le decían “indio loco”. Después de tres años, Segundino ya era cabo y no hablaba mucho, trabajaba con el cocinero, y ocasionalmente barría la cocina y la panadería, argumentando que así tenía más para comer.
Unos días antes de obtener licencia definitiva, porque ya no quería seguir “reenganchándose”, Segundino quiso llevar a cabo su venganza por mucho tiempo planeada, había masticado ese odio los tres largos años de encierro que le llevó aprender a ser “civilizado”… ni Cristo ni el Perú eran ahora suficiente razón. Sin que notara el cocinero ni el jefe de rancho, echó un poderoso raticida a la paila de tropa y a la olla de oficiales…
Fue una tarde, como aquella otra, tres años atrás; Segundino Centeno, sin Libreta Electoral, sin partida de nacimiento, pero con un papelito de su tío Taricuarima, había venido de muy lejos a la capital con su hijo pequeñito, a buscar cura para su mal… (Taita, se me moría la guagua).
Lo había dejado en una caja abierta, con su ponchito enroscado, junto a una banca de la Plaza de Armas, mientras le iba a preguntar al soldado que venía hacia él, dónde quedaba esa dirección del tío Celestino que decía en el papelito (Taita, yo sabía quese siñors soldado era una autoridad). El soldado sin mediar palabra lo capturó y Segundino insultó, pateó, hizo gestos, dijo muchas lisuras… lloró… lloró… Pero luego se puso a pensar que alguna gente buena lo iría a recoger y curar y entonces él saldría a buscar a su guagua y …
El niño murió esa noche, de hipotermia, y Segundino se enteró de casualidad un día que, buscando papel para pintar las cuadras, vio la foto de su guagua en un titular de un diario local; había palabras que no entendía… pero sí entendió la muerte y el dolor que guardó para más adelante… (Yo no era así tatitita).
El sol sobre los cerros apresuraba su marcha, mientras la tarde del 15 de enero de 1973 se deslizaba tan fría como aquella otra de hace tres años, presagiando males y matando a los niños de pulmonía.
(Papay, ahora mi guagua descansa… y qui mi importa lo que conmigo pase…)





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